jueves, 31 de diciembre de 2009

Tropiezo

Salí contento de la peluquería, pasándome gustosamente la mano por mis cabellos recién rapados, buscando el reflejo en los cristales con que me cruzaba e intentado observar alguna reacción en las mujeres que pasaban. Siempre me había quedado bien el pelo tan corto, en particular si lo combinaba con una perilla blanquinegra y sobre todo, si añadía camisa o camiseta en tonos oscuros. Ese día en concreto, lucía un polo Burberrys (siempre me gustaron más que los Lacoste) azul marino, no me había afeitado desde la semana anterior y me vi obligado a ponerme las gafas de sol, conformando un conjunto que me hizo caer en la cuenta que tenía “el guapo subido”. Vanidoso y animado, caminaba despreocupado rumbo a casa, canturreando algo del viejo Bob Dylan y repasando mentalmente la compra que debía hacer. Debía de estar realmente concentrado porque no reparé en ella hasta que fue demasiado tarde y no había escapatoria. Hacía ocho años que no nos veíamos y, sin embargo, apenas la reconocí, el corazón comenzó a latirme con fuerza y un amago de vértigo amenazó mi cabeza.

- ¿Cómo estás, Guido? – me preguntó tras recibirme con una breve sonrisa y dos besos
- No tan bien como a vos por lo que veo – repliqué con mi mejor cordialidad fingida mirándola de arriba a abajo

Susana fue la mujer más importante que pasó por mi vida y uno de esos recuerdos dolorosos que uno aparca en la parte más recóndita de la memoria, allá donde está el desagüe por el que echamos lo que sobra. Nos habíamos conocido apenas aterricé en Madrid y compartimos cuatro años de nuestra vida. Si por mi fuera hubiéramos estado más tiempo juntos pero, ella pensó que era una mejor opción de vida liarse con su jefe en la empresa bursátil que trabajaba desde que se había licenciado y a mí no me quedó otra alternativa que salir de escena, en silencio y sin hacer reproches.
Ahora, después de tanto tiempo, la tenía otra vez delante y me fastidiaba (mentiría si dijera lo contrario) comprobar que seguía estando igual de buena que siempre, o incluso más, dado que si antes no era del todo consciente de los estragos que podía provoc
ar su cuerpo, su actual madurez la hacía estar de vuelta y media. Sí, estaba radiante; con la piel bronceada, el pelo brillante, los dientes blanquísimos y un traje sastre oscuro conjuntado con un bolso y zapatos caros.
- Será que tu siempre me has visto con buenos ojos – reanudó la conversación
No le pegaba la falsa modestia pero no iba a darle el gusto de volver a alabar su belleza
- Será eso, entonces
- Bueno, tú tampoco estás nada mal, y esas canas te dan un toque muy interesante...¿Te has casado?
Me sorprendió la pregunta y sentí como mi corazón volvía a acelerarse. Temí que se me notara y ensayé mi mejor sonrisa a modo de distracción.
- No, ¿por qué? ¿ vos me ves cara de casado?
- La verdad es que sí, aunque no tienes barriga y con ése corte de pelo pareces más gay que otra cosa
- Qué cosas más lindas me decís ¡ Y yo que andaba tan contento…
- Yo sí me casé ……y me separé….por suerte, no tuvimos hijos.........
¿Tienes tiempo para tomarte un café y así charlamos con más calma? - propuso tras un incómodo silencio
No comprendía de qué teníamos que hablar después de ocho años y aún cuando la proximidad de su cuerpo me despertaba la líbido, algo dentro de mí me alertaba de debía largarme cuanto antes.
- Mírá, la verdad es que me encantaría - mentí - pero dejé al perro solo en casa y tengo que llevarlo al veterinario porque se pasó la noche vomitando el pobre…y estoy un poco asustado – seguí mintiendo .
- Ay, pobrecito(como si se lo hubiese creído ¡)...bueno y...¿otro día? ¿te apetece que quedemos otro día? Yo ahora vivo por aquí cerca y ...
- Ah, sí, me parece perfecto - respondí simulando interés y sacando a relucir el hipócrita que ni sabía que llevaba dentro
- ¿Quieres que te de mi teléfono?
- No, dejá, mejor te doy yo el mío

Nada más despedirnos, con dos besos y la promesa de encontrarnos de nuevo, me volví para observarla de espaldas “¡qué hija de puta!,¡está cada día más buena! , me dije a mí mismo, evocando viejas sesiones de cama y preguntándome si había hecho bien al darle un número inventado.

martes, 29 de diciembre de 2009

Hotel

Le gustaba ése hotel. Construido inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, presentaba una apariencia sólida y duradera, con mucha piedra caliza por fuera y rojizo mármol italiano en el interior. A cada paso, una palpable materialidad de añeja distinción se veía reafirmada por detalles como el brillo de embellecedores de bronce o los tonos oscuros de las maderas nobles del mobiliario. Incluso el personal parecía tener un aspecto vetusto, desde lo físico hasta en el vestir, como si ahí adentro el tiempo transcurriera a distinta velocidad que en el mundo exterior. Por eso, cada vez que Daniel entraba en el Majestic, se sentía invadido por gratas ensoñaciones de otras épocas y a su mente acudían maharajás y cabareteras, espías de potencias extranjeras, millonarios con amantes y decadentes actrices que se entregaban a vicios inconfesables en la penumbra de sus habitaciones. Recién cuando pasaba al elegante bar de la planta baja y echaba un primer trago a su whisky conseguía desprenderse de sus alucinaciones y centrarse en la realidad. Estaba allí, como cada semana, para encontrarse con una mujer y si bien no temía la cancelación de la cita, miraba el reloj con cierto nerviosismo, más propio de su natural impaciencia que de temores fundamentados. Por fin, cuando apenas pasaban cinco minutos de la hora fijada, Natalia irrumpió en la refinada estancia, vestida con un elegante abrigo de visón, un traje sastre negro con medias a juego y el pelo, aún húmedo, recogido en una coleta. La precisión de sus gestos y la energía de su andar, potenciaban su imagen de cuarentona burguesa y desenvuelta, dinámica y tan segura de su atractivo que consentía con desprecio las deseosas miradas de los hombres con que se cruzaba.

- ¿Querés tomar algo? – le preguntó él
- No, mejor subamos – contestó ella con media sonrisa

En el cuarto, el 310, mientras Daniel abría la ventana y bajaba la persiana, Natalia se desprendía de sus prendas hasta quedarse únicamente engalanada con una sedosa combinación negra. Sabía que el negro contrastaba con su blanquecina piel y evidenciaba aún más sus aparentes encantos, inflamando la líbido de un amante deseoso de tomar posesión de su cuerpo.

- ¿Estás tomando algo para estar tan buena?
- Sí…….a ti

Tras la ducha, mientras se vestían, no podían evitar ver su satisfacción por el buen sexo compartido empañada por la frustración de tener que marcharse. Pero pronto se consolaban; la promesa de futuros encuentros les dibujaba una sonrisa sólo borrada cuando, al llegar a la calle, consultaban con aprensión sus respectivos relojes:

- Uy, se me ha hecho tardísimo querido, me voy corriendo a recoger a los chicos al colegio
- Sí, yo también me voy volando que tengo una reunión con un cliente
- ¿Podrías traer uno de esos panes de centeno tan buenos de al lado de tu oficina para la cena?
- Claro
- Te quiero, mi vida
- Y yo a vos, corazón.


PD: Él es argentino; ella, no.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Morbo doméstico

- Decíme ¿vos me querés? – me espetó mi esposa con su mejor cara de enojo
- ¿Perdón? - respondí arqueando las cejas y haciéndome el boludo
- ¿Que si vos me querés - reiteró la pregunta alzando aún más la voz

Antes de que yo tuviera tiempo a contestarle, retomó la palabra y se embaló en sus reproches:

- Porque si me quisieras no te portarías así y no me avergonzarías ante mis amigos…pero quién te pensas que sos, querido ¡ te sentís demasiado inteligente para ellos? … me tenés podrida con ese sentirte superior a los demás…
- Sí, ahora que lo decís, sí , me siento más inteligente que ellos y que muchos de mis amigos incluso pero, con todo mis amigos son mis amigos y a los tuyos no tengo porqué aguantarlos…..
- Pero por qué no te mirás un poquito a vos mismo.....no entiendo porqué te hacés el insociable, cuando en realidad sos un tipo de conversaciones brillantes, que encandilás a la gente a tu antojo y dejás la sensación de ser alguien encantador y seductor….decíme ¿ lo hacés para joderme, no ? …porque sino, te juro que no lo entiendo
- ¿Esos son tus amigos? dejáte de joder, flaca ¡¡.. …si son una banda de forros, snobs menguados de inteligencia que no tienen de qué hablar….ellas no son más que unas calienta braguetas que me tocan con sus pies por debajo de la mesa o me pasan su teléfono cuando vos te vas al baño y ellos unos pelotuditos más vacíos que la palabra D-os en labios de un descreído…sobre todo el taradito de tu jefe, con ese pelo de virulana y dándoselas de enólogo desde la cabecera de la mesa diciendo: “nmmm, está afrutado” tras catar el vino ……pues claro, pelotudo, cómo no va a estar afrutado si sale de la uva …¡¡¡¡ No me banco a esa gente….arquitectos de medio pelo .…con la Bauhaus siempre prendida en los labios y disertando sobre Jamaica y otros sitios exóticos a los que en su puta vida viajarán…
- ay, claro, y como vos sos el intelectual, el bohemio, el escritor….el porteño canchero y cosmopolita, estás por encima de todo eso, no ? …no sé cómo te aguanto…sos sos…..
- ¿Soy qué? decímelo ….¿soy qué? – estallé fuera de mí
- Sos…..no sé lo que sos pero cuando te ponés así, me das asco – me escupió con cara de desprecio
- ¿Qué? ¿qué te doy asco? – pregunté indignado – vení acá, vení acá, que te voy a dar asco de verdad, turra…

La agarré del brazo y la arrastré violentamente hasta el dormitorio. La tiré sobre la cama y tumbándome encima de ella comencé a arrancarle la ropa sin miramiento alguno y despreciando sus repetidos y desesperados gritos de NO.
Apenas media hora después, recuperando la respiración todavía entrecortada por el esfuerzo y el cuerpo perlado de sudor, fumábamos mirando al techo e intercambiábamos unas breves palabras post-coito:

- me encantan estos juegos, mi vida – me dijo pasándome las uñas por el pecho
- a mí también – contesté con orgullo de macho complacido
- pensáte algo para la semana que viene y volvemos a dejar a los nenes en casa de mis viejos..…porque esto de la esposa enojada ya dió mucho de sí..
- ¿no querés repetir con el lobo y caperucita, el señor y la mucama, María Antonieta y el lacayo o la amiga de mi hermana que viene a dormir a casa?
- No, mejor algo nuevo, ¿no te parece?
- Sí, tenés razón….... vos no te preocupés y dejámelo a mí, que mañana o pasado seguro que se me ocurre algo...
- Te quiero, querido
- Y yo a vos…..
- ¿apago la luz?
- Por favor

CLIC

La misma piedra

Se terminó enamorando. Por casualidad, como ocurre siempre en estos casos pero, una vez más, de la persona equivocada. Su natural tendencia a aproximarse sentimentalmente a las mujeres menos convenientes se había vuelto a manifestar, reiterándose en el error. En las ocasiones que, dejando de lado su vocación de picaflor no profesional, se involucró en historias pretendidas de largo alcance y profundo calado, retornó a la amargura del fracaso personal, a la irascibilidad del optimista decepcionado y a su existencia errática de solitario maldito.
Sin embargo, ahora las cosas eran muy diferentes. Hacía tiempo que había dejado de ser un adolescente de frágil corazón y espíritu excesivamente sensible. Atrás quedaron los goces sórdidos y el apego enfermizo, los cuestionamientos sin pausa y la muerte a cuotas que sucedían temporalmente a cada uno de sus reveses amorosos. Ya no tenía tiempo para lamentaciones, aún cuando la herida hubiese sido inesperada. Debía borrar inmediatamente cualquier vestigio de la presencia del otro, de ella, y sostenerse con entereza y dignidad, evitando la más mínima idealización que envenenara su conciencia.
Mientras pensaba en esto, una iniciativa ingenua le vinó a la mente provocándole una mínima sonrisa. ¿Por qué no te duchas, te vistes con tus mejores pilchas y sales a la calle a dar una vuelta?. Lo meditó un instante, sin siquiera cambiar el gesto, fumando plácidamente junto a la ventana de su cuarto y mirando el espeso tráfico de la calle. Con la última calada la decisión ya estaba enteramente tomada.
Apenas media hora después, empapado en perfume y reafirmado en la lúcida superación del dolor, se encaminó a la av. Corrientes, tentado por un desmesurado optimismo y algún encuentro predestinado en forma de mujer.

martes, 22 de diciembre de 2009

Casi igual

Caminé hacia la ducha, semidormido y resacoso, abandonando la insana y hostil penumbra de mi cuarto. La oscuridad y los densos vapores de alcohol y tabaco retrocedieron al abrir la ventana y levantar la persiana, dejando paso a una poderosa bocanada de aire fresco y un agradable olor a tierra mojada. Afuera llovía con insistencia y el cielo mantenía un tono plomizo como de algodón sucio, conformando un conjunto que, lejos de entregarme a la melancolía, me provocaba una moderada alegría y una creciente efervescencia existencial. Desde niño me gustaba la lluvia y a estas alturas de la vida pocas cosas son las que cambian. Tras bañarme, tomé un café bien cargado y un par de aspirinas, notando al instante cómo mi cabeza se aliviaba de un molesto martilleo en las sienes y el conjunto de mis músculos aceleraban su respuesta a mis órdenes.
Salí de casa y, apenas un cuarto de hora más tarde, ya me encontraba sentado a una mesa en un Café cercano a mi domicilio. El local, contrarrestaba su aspecto decimonónico, de aires añejos y pretensiones palaciegas, con modernos afiches de representaciones teatrales y retratos de estrellas del celuloide cargados de mucho colorido, sobre todo rojo y amarillo. Aparte del decorado, a mí me gustaba el lugar, porque me permitía deleitarme en especulativas elucubraciones sobre los eclécticos personajes que por él transitaban; desde viejos degenerados de pelo teñido con betún hasta jóvenes pichicateros, pasando por jovatas que te mandaban guiños o retirados oficiales de la Bonaerense que se reunían con otros indeseables para maquinar oscuros negocios. De todo había y, los viernes al anochecer, se congregan puntualmente no menos de una docena de adolescentes vestidos de negro, de esos que escuchan a los Bauhaus o The Cure, toman Bloody Mary y se saben al dedillo los cuentos de Poe, Lovecraft y la biografía de Bela Lugosi.
Sintiéndome algún sesudo personaje de Borges, pedí un café con leche y medialunas mientras me entretenía emborronando mi libreta con notas para la novela que estaba escribiendo. No lograba pasar del capítulo VI y cuanto más me empeñaba en encontrar una solución, más me empantanaba, poniendo en duda todo lo escrito hasta entonces y sopesando la posibilidad de comenzar de nuevo desde el principio. Aburrido y desmoralizado, me dejé distraer por las voces que me llegaban de la mesa contigua. No hablaban de nada especialmente atrayente sino de cuestiones pragmáticas sobre el pago del alquiler, domiciliación de gastos y otros similares, hiriendo mortalmente mis expectativas de escuchar teorías interesantes que después pudiera sacar a relucir como propias en medio de cualquier reunión. Así que, más aburrido de lo que ya estaba, me decanté por encender un cigarrillo y mirar por la ventana. Durante un rato, me entretuve mirando a la gente correr bajo la lluvia y contando cuantos coches negros cruzaban el semáforo de enfrente cada vez que se ponía en verde. Semejante ejercicio de entretenimiento, no daba para mucho pero menos me apetecía retornar a mi departamento y sumirme en las sombras. Fue justo entonces, cuando un ruido de sillas arrastradas me sacó del ensimismamiento; a escasos metros de donde yo estaba, una belleza morena y treintañera, se abría paso hacia la única mesa que quedaba libre. Enseguida se sentó, hizo su pedido al mozo y comenzó a leer el libro que llevaba bajo el brazo. Me gustó nada más verla, así que la observé con interés, seducido por la salud que emanaba su tez bronceada, la finura de sus rasgos faciales y las curvaturas de su cuerpo que, de inmediato me hicieron imaginar placeres concretos. Como soy un tipo educado, mi observación era disimulada y si me cazó en varias ocasiones mirándola fue por razones que nada tenía que ver con la casualidad sino con una innata atracción mutua. A la tercera coincidencia, ninguno apartó la vista, y nos sonreímos, dándonos a entender que ya éramos grandes para ser tan boludos. Visto que además había cerrado el libro, interpreté la escena como una invitación y, ni corto ni perezoso, me acerqué y pregunté si podía sentarme a su mesa.
- claro, sentáte – contestó sin perder la sonrisa
- no sé si viniste a leer o no pero, en cualquier caso, está claro que te impresioné
Por un instante pareció sorprendida pero no se ofendió lo más mínimo y me siguió el juego a la par:
- podría decirte que no y hacerme la interesante pero, prefiero ser sincera y decirte que sí; me impresionaste…..me gusta tu estilo
- como decía una vieja propaganda de cierto perfume: “la primera impresión es la que cuenta” y, en tu caso, también la segunda, porque es una grata sorpresa ver que estás leyendo a Clarice Lispector
- en realidad la estoy releyendo, porque hace tiempo que leí toda su obra….me gusta leer para aprender más sobre la vida y no simplemente por entretenimiento o adquirir más cultura….eso me parece demasiado simple….y con el cine me pasa tres cuartos de lo mismo
Continuamos cambiando pareceres sobre las diferentes formas de arte y la vida, la decadencia del género humano y la dificultad de toparte con gente afín cuyo trato te enriquezca en vez de vaciarte. Junto con la atracción inicial, física e intuitiva sobre el resto, iba creciendo la sensación de convergencia y la confirmación de cómo el significado de cada encuentro es algo que se nos escapa. Así que, sin ganas de separarnos, decidimos ir a cenar a cualquier parte, sin rumbo fijo y despreocupados por la lluvia que arreciaba.
- nunca llevo paraguas - dijo con naturalidad y no a modo de excusa
- entonces yo soy tu hombre
Con su mejor sonrisa, me agarró de la mano y echamos a andar calle abajo. No sé lo que pensaba ella pero yo, veía claro lo que pasaba por mi mente: “de ser mujer, sería ella”.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Lo ordinario

Marcelo Tauber tenía una sensibilidad demasiado cultivada y una capacidad de análisis y percepción del entorno que, hacía ya tiempo, le permitió traspasar el umbral de la tolerancia. Por si fuera poco, por esas fechas habían rechazado, por enésima vez, su novela, debía volver a sellar la tarjeta de desempleo y el contestador guardaba un mensaje de su ex que no se atrevía a escuchar. Se sentía mal. La opresión existencial y la irascibilidad crecían en él con riesgo de desembocar en una enajenación emocional de impredecibles consecuencias. Acuciado por el goce sórdido de recrearse en el infortunio, mataba el tiempo vulgar paseando por las calles o sentándose en los bancos de cualquier parque a leer el periódico y observar a los transeúntes. De tanto en tanto, haciendo escala en sus paseos, entraba en algún bar a tomar un café mientras se entretenía en resolver los crucigramas de los periódicos; un hobby sencillo que apenas le demoraba unos minutos. Ayer, para su disgusto, los diarios estaban ocupados así que dedicó su estancia a la observación del entorno humano. Desde su acostumbrada posición periférica, tenía una visión casi panorámica de la pintoresca fauna de espíritus obtusos allí congregados: una vieja diezmaba su jubilación jugando compulsivamente en una máquina tragaperras, un grupo de secretarias entradas en carnes fumaban afectadamente mientras devoraban bocadillos de panceta y parloteaban sobre la dieta mediterránea, un trío de jovencitos, a quiénes la profusión de granos delataba como socios de la Secta de Onán, bebían cervezas directamente de la botella y se limpiaban la boca con el dorso de la mano, dos acartonados bancarios se recreaban en la seriedad y una formalidad al pedo, queriendo aparentar una importancia que no tenían, unos achaparrados cincuentones de barrigas redondeadas y culo escurrido imitaban el baile del Chiki Chiki, una madura con pantalón de chándal y zapatos de tacón buscaba sitio para acomodar su carrito de la compra, un tipo anodino daba cuenta de un desayuno tardío de porras y café con leche, mojando con terquedad y goteando sobre la barra y su camisa, un currito asentía las supuestas gracias de su trajeado jefe que repetía, de cara a la galería que “ésta ministra de defensa va a poner firmes a todos los miembros del ejército” y otras lindezas machistas propias del calzonazos que se libera fuera de casa.
Ante semejante paisaje, numerosas preguntas acudieron raudas a su mente: desde si reunirlos ahí respondía a algún tipo de experimento sociológico, abaratando los costes de traer a otras especies animales, hasta intentar acertar de qué campo de exterminio mental se habían fugado, porqué tenían que compartir siglo con él o cómo sería D-os si éstos también estaban hechos a su imagen y semejanza. No encontró respuestas y tampoco importaba. Demasiado tenía con soportar sus propias desventuras. Apuró el café, pagó y salió, con la sonrisa de saber que si el hombre vino del mono, éstos lo hiceron por un atajo.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Loca

No soy amigo de salir pero, el pasado sábado, no me quedó otra que acudir a casa del polaco Furmansky. Mi amigo celebraba su cumpleaños, y no supe eludir su encarecida insistencia: “Dále, vení, flaco, que va a haber minas….y, además, quiero consultarte un proyecto que tengo para televisión….dále, vení”. Cuando llegué, con la fiesta iniciada, el salón principal estaba colonizado por gente con copas en la mano arremolinándose en torno a una enorme mesa repleta de sandwiches de miga, pizza, canapés variados y bebidas de todas clases. Enseguida me sentí fuera de lugar; no sólo no conocía a nadie sino que mi naturaleza, tendente a la misantropía, comenzaba a resentirse por compartir un espacio tan limitado con todas esas personas que parecían formar parte de algo que a mí me excluía. Mientras sopesaba largarme, Oscar se me acercó con un whisky en la mano:

- tomá – dijo extendiéndome el vaso
- gracias…..che, no me dió tiempo a comprarte nada
- dejáte de joder ¡ andá, tomáte la copa y levantáte a alguna mina….¿viste el material que hay?
- ¿no querías hablarme de no sé qué de televisión? – desvié la conversación
- sí, sí, pero después……ahora divertíte un rato mientras yo hago de anfitrión
- no conozco a nadie
- en el jardín están Ricardo, el turco, su mujer y alguno más de los muchachos del secundario….

Me dirigí al verde y me hice un hueco en el corrillo que formaban los mencionados y un peladito rubio, que me sonaba de haber visto por Hebraica pero no sabía su nombre. Discutían sobre política y mis opiniones fueron aceptadas con benevolencia a la par que respeto….todos sabían que yo era escritor y eso me otorgaba cierto aura de originalidad no exenta de agudeza, aún cuando mi terreno se cernía casi exclusivamente a lo literario. Estábamos acalorándonos, cuando una flaca morocha se me plantó al lado y nos hizo callar a todos:
- ¿ no te acordás de mí ? – me preguntó muy seria, provocando el interés de los demás
- me suena tu cara …... (claro que me sonaba, una loca a la que me había cogido varias veces y que esperaba no volver a ver en la vida)
- ¿Te suena mi cara? Mirá vos….¡ te lo voy a recordar, querido: el mes pasado fuimos varias veces al Flamingo’s (un telo cercano al Congreso) y que me dijiste que yo era única, que en mí te veías reflejado…. lo mucho que te excitaba y…
- ah, sí pero bueno, ya sabés….eso son cosas que se dicen…….sin pensar…..
- ¿ Decíme por qué dijiste que me ibas a llamar y no me llamaste ? ¿ te pensaste que era una boludita a la que ibas a engañar fácilmente ? – me gritó a escasos centímetros de mi cara
- no, no, para nada…… la verdad es que no se porqué no te llamé….
- decímelo, cobarde, tené huevos por una vez…..decíme porqué no me llamaste, o voy a buscar el revolver que tengo en la cartera y te pego dos tiros…
Viendo que mis “argumentos” evasivos la estaba alterando aún más y que nunca confié demasiado en la cordura del prójimo, cambié el signo de los mismos y adopté un tono íntimo, de falso sentimentalismo y ojos entornados;
- no te llamé, porque me gustabas demasiado…..sabía que, si lo hacía, me enamoraría de vos….y tenía miedo a volver a sufrir……me aterraba la idea de conseguirte y perderte….de no ser digno para tí…
- lo sabía, lo sabía ¡¡ – exclamó jubilosa para sorpresa de todos…….sabía que vos eras distinto......voy a buscar mi cartera y nos vamos a un sitio más tranquilo….tenemos mucho de que hablar…
- claro, claro – asentí yo con la única intención de que se fuera
- esperáme que ahora vuelvo……ah, y no tengo ningún revólver – me confesó risueña
- andá tranquila, andá

Apenas desapareció de mi vista, saludé con la mano a mis amigos y salí disparado a la calle, con los dedos cruzados y casi rezando en voz baja para no encontrármela por el camino. Ya fuera, con la puerta cerrada a mi espalda, corrí hasta la esquina y paré ansioso el primer taxi que pasaba:
- ¿Adónde? – inquirió el tachero
- A cualquier parte, pero arranque.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Desubicada

- Hola ? – atendí
- Hola – respondió una dubitativa voz femenina
La reconocí de inmediato. Su nombre pertenecía a mi pasado pero mi química contradecía al cerebro y de inmediato sentí un cosquilleo en el estómago y un temblor incontrolado en la pierna izquierda.
- ¿Cómo estás? – preguntó tras un prolongado silencio
- ¿eso a qué viene? – contesté con fingida naturalidad
- perdoná - se excusó
- ¿para que me llamás? – inquirí conteniendo las ganas de empezar a las puteadas
- quería saber cómo andabas……….pienso mucho en vos
Aquello era más de lo que podía aguantar sin calentarme:
- ¿vos me estás embromando?
- me gustaría verte – dijo tras una pausa efectista
- te repito, ¿vos me estás embromando?

Silvia y yo habíamos vivido juntos durante cuatro años y llevábamos casi tres separados. Recuerdo cómo me gustaba verla llegar a casa después del trabajo, cocinar para ella y contemplarla, apoyada sobre el marco de la puerta de mi despacho en camiseta y ropa interior, preguntándome si aún iba a tardar mucho en ir a la cama. Yo era feliz en esos días y pensé que ella también hasta que, una mala mañana encontré una nota suya de despedida sobre la puerta de la heladera. Necesitaba espacio y encontrarse a sí misma, decía. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que ambas cosas pareció hallarlas en la cama de un puntero izquierdo de River ; un petisito melenudo que se metía por la nariz la mitad de producción de coca de Bolivia y que terminó confinado una larga temporada en una clínica en la Quiaca. De Silvia sólo supe, hasta hoy, que se había ido a vivir al interior, a Paraná o algún otro lugar de Santa Fé.

- no me guardés rencor, por favor te lo pido…..dejáme hablar con vos
- mirá, nosotros no tenemos nada que hablar…..no te guardo rencor pero no me interesa lo que me tengás que decir así que, ahora, espero que no me vengás con que tenés cáncer, te estás muriendo y querés irte al otro mundo con la conciencia tranquila…
- no, no es eso…….es que expongo en una galería de Palermo y quería saber de vos…..ser tu amiga y..
- ¿ser mi amiga? Dejáte de joder, flaca – la interrumpí para, a continuación, agregar – que haya sido cornudo no significa que sea boludo…
- Néstor (un amigo común) me dijo que no tenés pareja
- ¿Y? ¿qué carajo me querés decir con eso? ¿te pensás que ando tan mal como para querer volver a estar con una turra como vos?
- Sólo quiero verte….tomarnos un café…
- moríte - le solté, sin el menor miramiento, antes de cortar una conversación en la que no tenía ningún interés

Instantes después, mi celular volvió a sonar y siguió haciéndolo, a intervalos de cinco minutos, hasta que lo apagué, guardé en un cajón y salí a la calle, sin furia que rumiar, pero con la necesidad imperiosa de contárselo a alguien.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Caja tonta

Generalmente, la gente te llama cuando quiere algo o se siente mal. Por eso, el pasado jueves, me sentí sorprendido cuando mi amigo Marcos Izcovich llamó para ofrecerme un encuentro con un productor de cine y televisión al que, en su calidad de abogado, había asesorado en varias ocasiones. Acepté, movido más por la curiosidad que por la esperanza de poder cambiar de trabajo así que, puntual como un reloj, me presenté en las oficinas de Arboleda Producciones Audiovisuales. Éstas, ocupaban la sexta planta de una mole construida mediados los setenta, con mucho aluminio, cristales ahumados, y entrada por dos calles; una importante arteria infestada de tráfico a todas horas, y un callejón con varios pubs y contenedores donde el fin de semana se hacía insoportable el olor a vómito y orina.
Al entrar en las dependencias, me recibió la típica secretaria curvilínea de sonrisa perenne y tetas erizadas sentada frente a una pantalla de ordenador y con un exótico modelo de teléfono vintage en color rojo al lado.
- Le están esperando – me abordó nada más verme, levantándose de su cubil y conduciéndome por un pasillo enmoquetado

Pasé a un despacho de tipo minimalista, pintado en gris claro, con escasos muebles y un par de pinturas coloristas de temática abstracta e inescrutable. El suelo era de roble y el escritorio, acrílico, se aposentaba sobre una alfombra de cuero de vaca con diseños geométricos en tonos rosa, verde limón y amarillo. “Esto debe ser la modernidad” pensé, antes de estrechar las manos de mi amigo Marcos y la del productor, que bebían whisky de pie junto a la ventana. Me sirvieron otro a mí y pasamos a tomar asiento.
Frente a nosotros, encajado en un ostentoso sillón de cuero, Borja Bermejo comenzó a explayarse sobre su trayectoria profesional, sacando a relucir su mejor catálogo de obviedades y permitiéndose algunas gracias como decir que a él, en el mundillo, lo conocían como B.B. Al decir esto último arqueó las cejas y me miró, esperando alguna reacción por mi parte. Forcé una sonrisa, se dió por satisfecho y parloteó unos minutos sobre la importancia del rating antes de ir al grano.

- Marcos me comentó que sois muy amigos…
- Sí, bastante….allá en nuestro Buenos Aires natal vivíamos a tres calles de distancia pero, curiosamente, nos conocimos cenando en una parrilla argentina aquí en Madrid el mismo día en que él aterrizó en la capital…
- Qué cosas pasan ¡……..bueno, verás, como ya te habrá comentado tu amigo, nosotros producimos series, programas concurso e incluso alguna película, así que siempre estamos necesitando guionistas, porque a pesar de estar bien asentados en el mercado seguimos en expansión y queremos gente que de enfoques interesantes a nuestros productos… Marcos me pasó hace unos días algunas de las cosas que escribes y tengo que reconocer que me gusta como lo haces -dijo señalando un taco de hojas - ¿tienes algo de Borges, no?
- Sí, siete u ocho libros y un póster
- jaja no, me refiero a que los argentinos escribiendo tenéis, aparte de evidente ingenio, un cierto elitismo europeísta, un cosmopolitismo muy notorio….y eso es bueno pero, para trabajar en televisión, vas a tener que cambiarlo….nosotros buscamos algo más directo, menos sofisticado….y no te lo digo por mí, que me leí todas las novelas de Borges sino porque el público no quiere pensar sino entretenerse….es principalmente gente jóven, que hasta habla con faltas de ortografía, no entiende de historias de nazis, escritores o refugiados centroeuropeos…y que lo quiere son aventuras con piercing y problemas de alcohol, drogas y sexo prematuro….o como mucho, de puretas que no pueden pagar la hipoteca, les gustan los coches tuneados, echan un polvo los sábados y se visten en chándal para bajar a ver el partido de fútbol en el bar de debajo de casa….

Siguió con su perorata mientras yo fingía escucharle, pensando aún en las novelas de Borges que decía haber leído, conteniendo la risa y observando cómo mi amigo fruncía los labios y se miraba los zapatos para no estallar en una carcajada.
- Míra – explicó enseñándome mis escritos mientras pasaba las páginas buscando anotaciones en lápiz rojo – aquí por ejemplo, utilizas palabras como “reminiscencias”, “incertidumbre”, “agorafobia”, “misantropía”, “incongruentes”, “vicisitudes” etc. Esto está muy bien para un libro pero no para un guión televisivo….los actores jóvenes no sólo no saben lo que significan sino que, además, habría que repetir escenas hasta que aprendieran a pronunciarlas!
- Sí, por eso no hay problema – contesté mordiéndome la lengua para no echar mano de algún comentario insultante
- Bien, muy bien, eso es lo que quería oír, porque podemos sernos útil el uno al otro y esto podría ser el principio de una hermosa amistad jajaja (se rió solo) …..la Televisión es un buen lugar para ganar dinero.. – sentenció guiñándome un ojo
- Sí, eso me dijo mi tarotista
- ¿Vas a una tarotista? – preguntó tras dar un respingo y añadió entusiasmado– me tienes que dar la dirección, porque yo voy a una muy buena pero está en Barcelona

Asentí con la cabeza y él se incorporó para servir otra ronda de whiskyes. Ya no hablamos más del asunto hasta que, al despedirnos, me estrechó la mano y concluyó:
- Entonces te lo piensas y me contestas en un par de días, vale?
- Claro, no te preocupes que te llamo
- Consúltalo con tu tarotista

Lo miré a los ojos y me di cuenta que decía en serio. Ya me quedaban pocas dudas que la industria televisiva estaba en mano de tarados hiperactivos y supersticiosos, iluminados con patologías ególatras y cultura lacustre (llena de lagunas) a los que el éxito económico sonreía en base a la perpetuar la expansión de perversas conductas. Pero bueno, pagaban bien, yo era Aries con ascendente Capricornio y la secretaria volvió a sonreirme al pasar.
Quizás, después de todo, aquél podía ser un buen sitio.....

lunes, 30 de noviembre de 2009

Subversión

En la mañana del 16 de febrero de 1987, bajo la penumbra de su despacho (la luz estaba sin encender y el cielo nublado lo ensombrecía todo), el coronel Juan Martín D’Oyarbide, perteneciente a una notoria familia patricia de arraigada tradición militar, ponía fin a sus días con un certero disparo en la sien. Su cuerpo cayó inerte sobre el imponente escritorio de madera oscura, con la pistola reglamentaria en mano y un sangrado que amenazaba con emborronar la nota de despedida. Alarmada por el ruido, la guardia forzó la puerta y uno de los soldados vomitó de inmediato sobre la fina moqueta azul que cubría el suelo. “Sea un hombre, carajo” le recriminó el oficial al mando con su mejor cara de desprecio.
No hubo autopsia, contraviniendo la normativa al respecto y la versión oficial señaló un ataque al corazón como causa del óbito. De la nota nada se supo, ni siquiera la prensa, por lo que nadie sospechó que, aquellas últimas palabras garabateadas por quien fuera uno de los mayores represores de la reciente historia argentina, permanecieron todos estos años en poder del teniente que descubrió el cadáver.

- ¿Entonces, qué? ¿Le interesa o me voy con la música a otra parte? – inquirió agresivo el tipo quien mi amigo Silvio se había citado hace apenas unos días. Tenía el pelo corto y grasiento pegado al cráneo, como si creciera en horizontal y no para arriba, una nariz que parecía un tubérculo poroso y unas orejas coloradas como recién quemadas con una plancha. Por lo demás, poco que destacar, salvo el efluvio a sudor y colonia barata que lo acompañaba a modo de aura y que obligaba a respirar por la boca a cualquiera que se le acercara.
- ¿Por qué se llevó la nota? – quiso saber Silvio (para el que no lo sepa, es periodista y además de sus habituales artículos en la prensa nacional, publicó varios libros de investigación sobre las juntas militares que usurparon el poder entre 1976-1983)
- ¿Por qué? Qué por qué? ¡¡ ¿Me estás cargando o no entendés lo que pone? Leéla bien- gritó poniéndosela delante de los ojos – el tipo era puto, flaco, era puto¡ ¡Se mató por otro trolo y vos me venís ahora preguntando que porqué me la llevé – respondió indignado, reduciendo el volumen de voz para no llamar la atención y decantándose definitivamente por el tuteo.
Tras una breve pausa, agregó: Nunca entendí porqué carajo tuvo que escribir esa porquería pero, yo no iba a permitir que los zurdos hijos de puta echaran basura sobre el ejército argentino y ni tampoco sobre una buena familia, tradicional y católica, que tanto había hecho por la patria.
- Entiendo
- Qué vas a entender vos ¡ - exclamó indignado. El coronel era un héroe, uno de los abnegados patriotas que lucharon contra el comunismo, evitando que el país cayera en manos de subversivos, ateos y judíos. Lástima que no nos dejaran terminar el trabajo…..Y así le fue a la Argentina, porque ahora ya ves lo que tenemos: chorros por todos lados, más negros que donde los hacen, los coreanos en el Once y los moishes copando los altos cargos. La gente se pensó que la democracia la iba a salvar pero mirá…mucho derechos humanos pero todos los días asaltan casas o te roban el auto a punta de pistola…..Acá hace falta mano dura pero no te preocupés, que nosotros sabemos esperar y vas a ver como van a suplicar que volvamos los milicos…dejá que haya otro corralito y les toquen el bolsillo… vos dejá.
- Está bien, está bien, ¿cuánto querés? – preguntó con impaciencia mi amigo, ansioso por terminar el trato y poco dispuesto a soportar más cháchara fachista.
- Es que estoy pasando por una mala racha, viste? estos hijos de puta me obligaron a jubilarme antes de tiempo y la guita no me llega para nada, así que no me queda otra que zafar como puedo….- dijo bajando la vista y cambiando el tono

Tras ultimar el acuerdo y rehusar la mano que el milico le tendía, Silvio quiso saber una última cosa:

- Van a averiguar que fue usted, ¿no tiene miedo a represalias?
- Qué más da ¡ - contestó encogiéndose de hombros. Además, ahora no estaría bien visto que me hicieran nada. Vivimos en democracia, flaco ¿o todavía no te enteraste?- concluyó con una carcajada.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Conmemoración

A mí, justamente a mí, venir a hablarme de Daniel Orvieto…..qué quiere que le diga, o por el contrario, qué desea que calle?,. Si yo apenas lo conocí, aún cuando compartimos muchas charlas y prolongados silencios. Sí, ya sé que me va a decir que fui el último conocido que le vió con vida. Puede, eso está aún por comprobar pero, a pesar de todo ¿qué importancia puede tener semejante hecho?. Ya sabe usted que la policía se inclinó por una caída accidental, mucho menos un suicidio y ni digamos un crimen, así que no espere grandes revelaciones por mi parte ni hallar la solución a un misterio inexistente. Deje que la morbosa sospecha siga anidando en la mente de los necios….tan decididos a desconfiar de todo, que terminan por creerse cualquier cosa…
- Pero antes de …
- Ya se lo que va a preguntarme – interrumpió Batista – y la respuesta es no. No me dijo nada cuando lo dejé en la puerta de su casa, apenas dos horas antes de su fallecimiento, según determinó la autopsia. Ud., querido Fonseca, está enfermo de literatura; piensa que los grandes acontecimientos de la vida, como en este caso el óbito de Daniel, vienen precedidos de grandes frases y se equivoca por completo. Es justo al contrario; nuestros actos vienen envueltos en la más insultante banalidad…
Mire, Fonseca, déjese de barajar conjeturas absurdas y tire por el camino de la lógica. El tipo iba mamado, y eso si quiere se lo firmo ante notario, salió al balcón a fumar, perdió el equilibrio y se estrelló contra el pavimento. Listo, no hay más misterio que la intoxicación etílica, una barandilla demasiado baja y un hombre muy alto.
- Tal vez tenga razón. Tal vez esté demasiado obsesionado, como si quisiera encontrar una significación al hecho de que, apenas una semana antes, él me citara para encargarme sus Memorias. ¿Pero por qué, si no supiera con exactitud que iba a morir, iba a confiar su propia biografía a otro escritor?. No encuentro otra congruencia más allá de la idea de un suicidio planeado.
- ¿Y por qué iba a quitarse de en medio? Tenía dinero, éxito con las mujeres y una salud de hierro. Además, ¿ud. cree que no hubiera escenificado otro fin, digamos más poético?. No, alguien como Daniel, fascinado con desenlaces como el de Mário de Sá-Carneiro o aquella novia de Matisse que se cortó las venas en una bañera llena de champagne rosado, no se tira a propósito para romperse la cabeza contra el suelo.
- En todo caso, ahora que ya no puedo escribir sus Memorias, quisiera ficcionar lo poco que conozco, y pueda documentarme, de su vida. No es una deuda ni un homenaje, sino una forma de dar una salida útil a mis pensamientos.
- Eso está bien, pero no comprometa su salud mental en ello. No vale la pena.

Dos días después, los periódicos amanecieron con la noticia del fallecimiento del famoso editor Emilio Batista, coincidiendo con el primer aniversario de la desaparición de quien fuera uno de sus más íntimos amigos, el escritor Daniel Orvieto. La similitud entre ambos decesos, en forma y en fecha, junto a los testimonios de personas del entorno, han llevado a los investigadores a pensar en el suicidio como hipótesis de partida. “Nunca superó la muerte de Daniel”, comentaron quienes mejor lo conocían.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Obituario Imaginario

El cantante Bernie Holzman falleció el pasado viernes en un centro hospitalario de New York, a los 84 años, como consecuencia de las complicaciones derivadas de una crisis cardíaca sufrida a principios de año. Considerado por muchos como el mejor cantante blanco de jazz, su multidisciplinar talento le permitió tocar la batería y el piano, escribir arreglos para orquesta, guiones de cine e incluso producir programas televisivos, aparte de una meritoria incursión en el mundo de la pintura.
Dotado de un suave timbre de voz, que le valió el apodo de “The silk singer”, Holzman había nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos procedentes de Rusia. Con apenas 7 años, el pequeño Bernie ya formaba parte de la Blue Velvet Orchestra e intervenía en numerosos programas de radio. Poco después, trabajó como arreglista y actor infantil en varias películas de los hermanos Marx y a los 13 años ya escribía canciones, entre éstas “Raining Biscuits”, que llevaría al éxito a un hoy olvidado Mel Kane. Como batería, también integró las formaciones de gente de la talla de Duke Ellingyon, Harry James, Woody Herman o Stan Kenton pero sería en su calidad de solista donde alcanzaría sus principales logros. Los años cuarenta serían los de mayor esplendor en su carrera como intérprete, dado que en los 50 y los 60, su figura quedó un tanto relegada ante la irrupción del rock and roll y su peregrinar por distintas compañías discográficas. Ya en los 70, vuelve a remontar el vuelo y no descendería de altura hasta casi el final de sus días. Su nombre se convirtió en un símbolo, en algo atemporal que sobrevivía a las modas y suponía todo un referente para los amantes del jazz y la música melódica. Amigo íntimo de Bing Crosby, Judy Garland y Frank Sinatra, era común verlo actuar tanto en clubes de la Gran Manzana como en casinos de Las Vegas o Atlantic City. Muchos críticos consideraban que era tan bueno que por eso el gran éxito comercial se le resistía, y el reputado Mike Steinberg escribió de él que “poseía la voz más maravillosa que un hombre podía tener”.
En 1995, grabó su célebre disco en directo “American Soul” en el pub Michael’s de Nueva York (el mismo donde Woody Allen tocaba su clarinete todos los lunes durante más de dos décadas) y que hoy constituye una auténtica reliquia codiciada por sus admiradores y coleccionistas.
Le sobreviven su mujer Selma y tres hijos, de los cuales el mayor, Vladimir, es componente y fundador del grupo de música Klezmer “Sures und Najes Band”.

* Bernie Holzman nació el 19 de junio de 1924 en Nueva York, donde falleció el día 8 de agosto de 2008.

NO SE APUREN A BUSCAR EN GOOGLE, PORQUE ES PURA FICCIÓN.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Inercias

Como otro día más, Alberto Mann arrastraba su debilidad psicológica y física hasta el cercano Café Toscana, apenas reconocible tras una barba desprolija, ojeras violáceas y otros efectos derivados de tantas borracheras nocturnas y lentas metabolizaciones. Ocupaba siempre la misma mesa, pegada a la ventana, y fijaba la vista en algún punto indeterminado de la calle, en un estado próximo a la catatonia apenas interrumpido por la mecánica ingesta de un café con leche acompañado de medialunas.

Quien fuera célebre cabeza de cartel de las letras argentinas post-borgianas era tolerado, en su poco atrayente aspecto de croto, por virtud de un extinto pasado luminoso y la naturaleza nostálgica, e impregnada de literatura, del dueño del local. Don Leonardo, un tano oriundo de Roma, miraba con sostenida atención a la vieja gloria literaria, esperanzado en vislumbrar algún gesto que anticipara una mejoría, cuando no una curación. Sin embargo, nada de eso sucedía, y ya iba para siete años que A.M. no publicaba. Quizás ni siquiera escribiera o tal vez, como pensaba gozosamente el transalpino, llenara pacientemente un baúl con textos y más textos, emulando a aquel portugués tan amante de los heterónimos y el aguardiente. Mientras tanto, los días pasaban y las rutinas se sucedían; uno mirando a través del cristal y otro, financiándole los desayunos.

martes, 13 de octubre de 2009

Trashumante

Aún siendo domingo, la cama no me retuvo más allá de las nueve y media, así que me levanté, duché y tras comprobar la climatología por la ventana, decidí desayunar en algún bar de la calle en vez de hacerlo dentro del hotel. Desde niño sentía adoración por esas mañanas grisáceas en que la amenaza de lluvia late sobre la ciudad en forma de nubarrones pendencieros, por lo que no me demoré demasiado antes de salir al encuentro de esa atmósfera tan británica. Lo único que restaba para redondear mi paseo era que lloviera ligeramente, no tanto como para que me calara pero sí lo suficiente para que la gente optara por permanecer en sus casas. Aunque le parezca extraño a quien conozca Madrid, en la zona donde se ubicaba mi hotel, no había bares (ni comercios) por lo cual tuve que desplazarme unas seis o siete cuadras hasta dar con uno que me satisfizo: sin aserrín ni papeles en el suelo, poco concurrido y con prensa en la barra. Pedí una barrita de pan tostado con tomate, aceite de oliva y una pizca de sal, junto con un café solo doble y un jugo de naranja natural, emulando de este modo mis antiguos desayunos cuando vivía en esta ciudad. Por el contrario, en mi natal Buenos Aires, me decantaba invariablemente por el café con leche acompañado de medialunas, unas veces de manteca y otras de grasa.
Devorado el desayuno y repasada la prensa, me perdí por pequeñas calles aledañas, haciendo tiempo antes de dirigirme a las mesas de saldo de la Cuesta de Moyano, movido por esperanza de encontrar libros interesantes cuyos títulos resultaban imposibles al otro lado del charco. En eso estaba, en una ansiosa labor de búsqueda, cuando sonó rabioso mi celular. Quien me llamaba se presentó como amigo de mi primo, socio de una agencia de publicidad y, tras excusarse por telefonearme en domingo, me comunicó que le urgía reunirse conmigo. Le dije que sí, que podíamos vernos cuando quisiera, sin inquirir el motivo, y de inmediato propuso vernos en un restaurante japonés a las dos. Yo adoro la comida nipona y como la propuesta sonó más exótica que tomarme una paella como cualquier boludo turista recién aterrizado en el país, a la hora en punto hice mi entrada en el local. Enseguida se acercó el maître y me condujo a una mesa del fondo, donde me esperaba mi anfitrión, un tipo menudo, de rostro afable y pelo blanco peinado a un lado que hacía juego con una barba blanca sedosa y redondeada. Me tendió la mano y apretó con fuerza, como a mí me gusta, transmitiéndome una primera impresión de tipo campechano, un tanto en divergencia con sus ropas que le daban apariencia de alto empleado de banca vestido de sport.
Luego de preguntarme por mi primo (un director de Planificación Estratégica que había pasado varios años en Madrid) e intercambiar algunas palabras de cortesía, entró en materia sin muchas dilaciones y escasas ambigüedades. El y sus socios querían contratarme, en calidad de free-lance, para colaborar con su agencia. Sabían que mi experiencia en la profesión era nula y que no iba más allá de mis contactos con mi citado pariente y otros amigos del gremio. Sin embargo, habían leído cosas mías y pensaban que la singularidad de mi pensamiento, mi innata rareza (sic) y la excentricidad de la que siempre me jactaba, podían dar un enfoque interesante (o dijo eficiente?) a sus nuevas campañas. Estimaban que era hora de buscar el talento creativo fuera del ámbito de la propia publicidad, donde había ciertos vicios que se repetían, debido quizás a un agotamiento de viejas fórmulas hoy obsoletas o a una coyuntural carencia de ideas que amenazaba con convertirse en patología crónica. Después de esta introducción y la obligada referencia al tema económico, me preguntó si había visto televisión española últimamente y qué opinión tenía de los comerciales y de ese programa que un conocido publicista presentaba en cierta cadena.
- Los comerciales, en general, me parecen idiotas, carentes de concepto y realizados por adolescentes para adolescentes más boludos que ellos y en cuanto al personaje que te refieres….¡pobre, con su nombre tener que llegar a eso…¡ todavía no sé si es un casting o un reality pero, en todo caso, es todo un montaje, un teatro de apariencias presentado por un individuo no carente de ingenio, lleno de éxito y colmado de aplausos pero que termina resultando ridículo para quien sepa ver. Nos fingen un mundo de lujo, de abundancia, y nos quieren impresionar, hacernos caer en su trampa de burdo ilusionismo, mostrándonos sólo la fachada y diciéndonos palabras vácuas de las que la gente no quiere oír más allá de lo que cuentan en su superficie.

Terminamos de comer, encargamos una segunda botella de Albariño y poco después de las tres y media nos despedimos con un contundente apretón de manos.
- ¿Te acerco a alguna parte? – se ofreció antes de subir a su BMW X5
- No, gracias, tengo ganas de caminar
- Llámame mañana o pasado con lo que sea
- Sí, quedáte tranquilo

Ni siquiera llevaba un par de cuadras andadas cuando el cielo empezó a descargar con moderación. Me levanté el cuello de mi chaqueta italiana, metí las manos en los bolsillos y continué mi paseo con calma, disfrutando del tiempo y pensando si volver a Buenos Aires el próximo martes o quedarme una temporada en Madrid. Nunca había tenido un particular feeling con esta última y no me resultaba sencillo conectar con los españoles. Sin embargo, una productora de tv y una agencia de publicidad me ofrecían trabajo, no había dejado a ninguna novia esperando y el cielo madrileño estaba teniendo el detalle de regalarme su agua “No sé, tal vez sea el inicio de una nueva amistad” pensé, mirando el cielo y sintiendo como la lluvia arreciaba y me empapaba la cara.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Kultura

Había llegado a Madrid por la mañana, tras un largo pero cómodo viaje en Business Class y con la perspectiva del fin de semana en un buen hotel a cargo de la productora que quería contratarme. En breve, ésta iniciaría una serie sobre treintañeros y cuarentones alejados de la marginalidad, la estupidez y la ordinariez, adentrándose así en un terreno vírgen en la televisión española, y querían que yo participara activamente en el proyecto. La idea me sedujo desde el primer momento, y no únicamente por la oferta económica o porque pudiera trabajar desde Buenos Aires sino por cuanto suponía una apuesta original e interesante, una ruptura discernible con lo que hasta entonces venían emitiendo las distintas cadenas.

Por la tarde, con el estómago satisfecho (un cochinillo que se santiguó nada más verme) y una siesta reparadora del agrado de mis jugos gástricos, salí a pasear a la calle, sin otros horizontes que el ocio e ir a saludar a mi amigo Marcelo. Visité el Museo del Prado, me tomé unos caracoles con cerveza negra en un bar próximo a la Puerta de Toledo, subí andando hasta atravesar la Pza. Mayor, Gran Vía, continuado por San Bernardo y Eloy Gonzalo para llegar finalmente a Sta. Engracia, que es donde vivía mi paisano. Me abrió él mismo la puerta y me dió un sentido abrazo. Enseguida apareció su mujer y repitió el gesto, añadiendo el clásico saludo español de dos besos. A renglón seguido, descorcharon el vino mendocino que les había llevado y nos sentamos a tomarlo en el comedor, acondicionado para una pequeña celebración que daban esa misma noche con motivo del cumpleaños de ella. Intenté balbucear una excusa para evadirme del festejo, dada mi aversión a dichos eventos, pero no hubo disculpa que les valiera. Obligado por las circunstancias, y sin ánimo de ser descortés con unos amigos a los que apreciaba, me armé de paciencia y acepté estoicamente mi aciago destino inmediato.

Su concepto de que no iban a ser muchos chocaba con lo que mi cultivada misantropía era capaz de soportar sin padecer efectos secundarios y la gente empezó a llegar hasta conformar un grupo bastante homogéneo de alrededor de venticinco personas en el que yo no encaja. Tampoco lo pretendía, así que me arrimé a mi amigo y cuando lo perdía de vista, deambulaba a la deriva por las zonas donde se desarrollaba la fiesta: el salón, la terraza, donde había otra mesa repleta de empanadas argentinas, sandwiches de miga, jamón, tortillas y bebidas varias, y la cocina, oasis donde se retiraban algunos para escapar del ruido o mantener conversaciones más privadas. Precisamente aquí fue donde la encontré o, mejor dicho, ella me encontró a mí, porque yo estaba sentado tranquilamente mirando a contraluz el vino que acababa de servirme cuando se produjo su aparición.
- Me dijo Marcelo que eres escritor – soltó en cuanto entró por la puerta y antes de que pudiera reparar en su presencia, como si estuviera siguiéndome y hubiese esperado una ocasión propicia para abordarme.
Giré la cabeza y la observé unos instantes antes de contestar. Era una rubia de esas que lo son sólo en apariencia, como las novias de los gánsters de las películas, tenía unos rasgos suaves que me hicieron pensar en genes recesivos, vestía con modernidad y un criterio que pretendía ser elegante pero no pasaba de pretencioso. Llevaba maquillaje a discreción y unas gafas de sol colocadas sobre el pelo, acaso temerosa de que las bombillas de 60 watios aumentaran imprevistamente su potencia a lo largo de la noche y terminaran cegándola. Por lo demás, era poquita cosa aunque se desabotonara el escote y los pantalones le marcaran un culo que empezaba a desbordarse. Sin pretender dármelas de visionario, la imaginaba casándose con un infeliz, teniendo dos hijos y viviendo en un departamento chiquito y amueblado con mal gusto en algún lugar de la periferia.
- Ajá – contesté acompañando mis palabras con un movimiento de cabeza
- A mí me encaaanta leer – se embaló como si a mí me importara algo o mi expresión denotara el más mínimo interés – ahora estoy terminando la trilogía de Larsson…es alucinante….¿la has leído?
- No, me temo que no leí ni la sinopsis
- ¿Sinopsis? ¿es otro título suyo? ¿de antes de la trilogía, no?
- Sí, búscalo en Google
- ¿De verdad no has leído la trilogía? – repitió con asombro
- En Argentina tuvo tanto éxito, que está agotada – mentí
- Jo, pues tú te lo pierdes, es un libro guay….casi me gustó tanto como El Código Da Vinci….¿éste sí lo leíste, no?
- Por supuesto, dos veces – volví a mentir
- Es que es una historia taaaan buena y está taaan bien escrita…Oye ¿y tu cómo te llamas?
- Guido, Guido Finzi
- Ah, pues no, no he leído ningún libro tuyo….Oye, ¿y te gusta Paulo Coelho?
Me gustaba tanto la prosa del brasilero como cortarme las uñas de los pies con los dientes pero le seguí la corriente:
- Sí, me apasiona…es más, debería ser de lectura obligada en las escuelas
- A qué sí ¡ - exclamó entusiasmada – es mi escritor favorito….es tan profundo y taaaan sensible….pero también es un escritor que te hace pensar, no te creas…
- A mí, desde luego, no me deja indiferente – contesté pero pensando que sí, que te hacía pensar… en no volver a agarrar nunca más un libro
- Jo, cómo me gusta hablar de literatura con alguien que entiende…aquí no puedes hablar con casi nadie, porque la mayoría de la gente no lee……hay mucho alfabeto suelto ¿sábes?
- Es lo que tienen los alfabetos, que les gusta andar sueltos…
- Sí, hay gente muy atrasada que no entiende nada de cultura….Oye, del que no leí nada es de Borges ¿me lo recomiendas?
Yo creía que para todo tenía que haber cierto límite, incluso para ser boluda. Por desgracia, sus palabras me convencieron de que en esto también me había equivocado.
- Noooo, no perdás el tiempo con él ….de los argentinos, quedáte con Bucay….te va a encantar
- Espera, espera que voy a buscar al bolso una libreta que tengo y lo anoto, que después se me olvida……ahora mismo vuelvo.

Apenas salió ella por la puerta de la cocina, hice yo lo propio, sólo en dirección contraria; directamente hacia la calle y con una botella de vino empezada en una mano y una copa en la otra. Por el camino, saludé con prisas a mis amigos y les prometí llamarlos al día siguiente para quedar a comer o cenar. Cuando por fin alcancé la liberadora acera, me serví una generosa dosis de Ribera del Duero, sabiendo que en cuanto doblara la esquina dejaría de escuchar aquellas voces que en ese momento me llamaban inútilmente desde el balcón: “Guiido, Guiiido, Guiiido…”.