viernes, 15 de octubre de 2010

Un tipo amargo

Su amargura vital se debía, esencialmente, a su falta de coraje para estar a la altura de las ilusiones. Pero esto fue al principio porque, con el paso del tiempo, la resignación se asentó de tal modo en su interior, que las ilusiones murieron y el entorno pasó a resultarle indiferente. No esperaba a nada, ni a nadie, y su único deseo era que los días transcurrieran de manera indolora, sin diferenciarse los unos a los otros, y encaminándole sin dilaciones hacia uno cualquiera, dictado por la casualidad, donde finalmente dejara de existir. Lástima que esa fecha señalada se retrasaba más de lo deseable, haciendo de sus jornadas una constante plenitud de la nada; madrugaba, montaba en el metro, iba a la oficina, desayunaba, regresaba a casa, comía, dormía la siesta, leía algo, veía estúpidos programas televisivos, cenaba, se acostaba, escuchaba a anodinos locutores de radio, cerraba los ojos, y enseguida amanecía otro día, sin ni siquiera el consuelo de haber soñado. Sin embargo, debajo de todo este vacío existencial, subyacía cierto orgullo (es bien sabido que brota de cualquier cosa) por poseer una realidad, y un destino tan estéril, pero tan único. Nadie era como él, y cuando coincidía con la gente, no se esforzaba lo más mínimo en mitigar el sentimiento de superioridad que le aquejaba. Todos le parecían tan idiotas y simples, con sus conversaciones de tres al cuarto, sus lecturas de pseudo-literatura, y sus aspiraciones pequeño burguesas por cambiar de coche o de vivienda, que tenía la sensación de pertenecer a otra especie. Al verlos, comprendía que tal vez la felicidad fuera eso; desconocer las propias limitaciones y aceptar las migajas que nos ofrece la vida. O al menos así podía ser para el común de los mortales, pero no para él. No se conformaba con medianías, y por eso, por no poder tenerlo todo, fue que se fue dejando morir en vida, sin darse al menos una oportunidad de la mano de subterfugios como la religión, el amor o el psicoanálisis. La solución tenía que estar en su interior. Quizás por eso leía, para no afrontarse a sí mismo y poder evadirse en ficciones hasta su total desaparición, con la resignación de un destino injusto (eso creía) y enarbolando la derrota con dignidad de vencido.

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