jueves, 23 de septiembre de 2010

Por partida doble: OFF y YO-YO

* OFF

Temía haber perdido, de manera irreparable, la conexión con el mundo de la imaginación y la fantasía. Si siempre había atraído palabras e historias sin apenas esfuerzo, desde la publicación de su última novela, hacía ya tres años, un enorme desasosiego, que le impedía escribir, se apoderaba de él cada vez que se sentaba ante el teclado de su ordenador. Lo que en un principio consideró una crisis de creatividad pasajera, se tornó en un mal crónico que le llevó a tomar plena conciencia de su actual inoperancia. Para exorcizar tamaña fatalidad, intentó permanecer ocioso, relajado, creyendo que la tranquilidad le dotaría de un estado anímico adecuado para romper la tendencia de esterilidad literaria en la que estaba inmerso. Ante la inoperancia de la medida, decidió entonces recurrir a algo más drástico; aprovechando los efímeros ataques de furia que le asaltaban de vez en cuando, se entregó casi religiosamente al alcohol y las drogas, creyendo que, de esta manera, podría acceder a zonas nuevas de su conciencia o sino, retornar a las ahora olvidadas. Tampoco esto dió resultado, por lo que la desesperación, y el sentirse acorralado, hicieron tal mella en él, que no vió más alternativa que dejarse llevar por la indolencia y poner su caso en manos de las musas o el azar.

Sin embargo, y a pesar de todo lo sufrido, un último y pequeño poso de esperanza continúa subsistiendo dentro de su corazón. Así, cada mañana al levantarse, una misma primera orden palpita en su cerebro a modo de deseo: “poder escribir una frase que le conmueva”.



* YO-YO

Creía que el dolor disminuiría a medida que se difuminaran los recuerdos, y tenía razón pero, había ciertas cosas que se resistían a desaparecer. Aún cuando le engañaran con cortos y esperanzadores períodos de ausencia, siempre terminaban volviendo; una foto encontrada al poner orden en el escritorio, una canción que sonaba mientras tomaba el desayuno, el rastro callejero de un perfume antaño familiar, o el rencuentro con una vieja amistad común, era más que suficiente para que la nostalgia empañara su ánimo, y los viejos episodios se fijaran en su mente como postales. Por si fuera poco, debía disimular ante su esposa. No por amor, sino por miedo; por miedo a herirla, a que descubriera el desengaño, a que intuyera que la eligió porque era una alternativa medianamente satisfactoria, y a que, finalmente, cayera en la cuenta que se casó con ella porque no tenía pasado.

Su vida se había convertido en algo tan ordinario, limitado e insípido, que ya sólo se conformaba con subsistir. Para ello, apenas precisaba nada. Le bastaba, únicamente, con no ser un malagradecido.

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