La cita fue en un viejo café del barrio de Flores. Uno de los dos hombres era un cuarentón, delgado, vestía campera de cuero con jeans gastados y aguardaba sentado a una mesa desde cinco minutos antes de la hora fijada. El otro, frisaba los sesenta, iba de traje y llegó puntual, acompañado de un tipo alto, morrudo y de nariz chata, que se acodó en la barra sin quitarle los ojos de encima a su jefe.
- ¿Es usted Simón? – preguntó el segundo de los hombres al aproximarse a la mesa
El flaco asintió con la cabeza e hizo un gesto con su mano invitándolo a tomar asiento. En el bar no había nadie más que ellos tres, aparte de un mozo somnoliento que, sin embargo, atendió con premura a los recién llegados. Pidieron café, coñac y permanecieron callados hasta que fueron servidos. A continuación, el escolta se puso a leer un manoseado diario mientras los que estaban sentados iniciaron las negociaciones.
- Quiero que haga desaparecer a alguien – expuso directamente el mayor de ambos, antes de añadir – me dijeron que usted es el mejor
- ¿De quién se trata? – inquirió Simón, con una estudiada indiferencia que potenciaba la frialdad natural de su rostro
- Tenga, acá viene todo – respondió el primero, extendiéndole una carpeta plástica con las tapas negras
Simón hojeó brevemente el dossier mientras adivinaba la ansiedad en los ojos del hombre que tenía enfrente. Le gustó la sensación, y la prolongó unos instantes más.
- No voy a preguntarle porqué quiere matar a su yerno, tanto me da. Lo que sí me interesa saber, es porqué no se lo encarga a ése gorila – dijo, señalando al ropero del mostrador con un toque de cabeza
- ¿Walter? Jaja como usted mismo dijo: es un gorila, y a un simio no se le puede pedir que piense, y mucho menos encargarle asuntos de esta índole…y en cuanto a mi yerno, quiero que lo liquide, y le voy a decir la causa principal, porque también hay varias secundarias, aunque no lo haya preguntado: lleva años maltratando a mi hija. Por alguna razón que se me escapa y que tiene más que ver con la psicología que con la lógica, ella lo ama, y busca todo tipo de argumentos para justificarlo. Pero yo ya me cansé de aguantar a semejante miserable. Nunca me gustó ese tipo, así que no quiero perder el tiempo contratando matones para que le den una paliza, porque se que los maltratadores no se curan y, al tiempo, va a volver a sacudirla. Necesito una solución definitiva. Cortar el mal de raíz. No me importa lo que cueste. ¿Qué me dice? … ¿está interesado?
- Cobro por adelantado y, ésta es mi tarifa – contestó Simón, al tiempo que garabateaba una abultada cifra en una servilleta de papel
- Bien
- Entonces tenga el dinero listo y aguarde mi llamada. Y no se preocupe de más; yo ya le voy a aconsejar para conseguirse una buena coartada.
Diez días después de la cita, Simon estacionaba su auto en las cercanías del domicilio de su objetivo. Como todos los jueves, éste acudía a cenar con unos amigos a una parrilla distante a cinco cuadras de su casa, a pie, sin compañía, y atravesando unas veredas oscurecidas por la noche y la frondosidad de los árboles que jalonaban las veredas y amortiguaban la luz de las farolas. Era el escenario perfecto para un crimen.
Simón se apeó del vehículo, para no llamar la atención de algún vecino curioso, y se dirigió caminando pausadamente hasta donde vivía el sujeto. Al igual que en todas las ocasiones previas, en ésta también sintió angustia ante la inminencia de la ejecución. Encendió un cigarrillo y se obligó a fumarlo con calma mientras, desde la vereda de enfrente aguardaba que el tipo saliera por la puerta.
El hombre no se demoró mucho en aparecer, y cuando finalmente lo hizo, al cabo de cinco o seis minutos, Simón pudo comprobar que era más alto y fornido de lo que aparentaban las fotos, aunque concluyó que no hay físico que se banque las balas, sobre todo si quien las dispara es un profesional. El individuo comenzó a caminar con paso ligero, por lo que se vió obligado a dejar sus reflexiones para mejor ocasión. Tiró el pucho al piso y emprendió el seguimiento, manteniendo una distancia prudencial y sabiéndose favorecido por un doble hecho: el ir detrás de la víctima, que lo situaba fuera de su campo visual, y el avance de la noche, que lo oscurecía todo. A lo largo de las dos primeras cuadras, la dinámica se mantuvo inalterable; uno caminando rápido por una vereda, y el otro siguiéndole discretamente por la contraria, un tanto rezagado y sin hacerse notar. En la tercera, sin embargo, las cosas cambiaron, provocando la rápida precipitación de los acontecimientos. Simón cruzó la calle, con la pistola dotada de silenciador apretada bajo la campera, aceleró la zancada y se situó a escasos diez metros nomás. Fue entonces cuando el otro tipo se volvió, de forma instintiva, seguramente al escuchar pasos. Sus ojos se encontraron, sorpresivamente, con un desconocido que sostenía una pistola. Semejante visión le heló la sangre de golpe, pero apenas tuvo tiempo de darse cuenta de más nada: tres sonidos en forma de disparo, sobre entrecejo, garganta y corazón, lo enviaron al más allá sin darle oportunidad de comprender. Su cuerpo chocó contra la pared de una casa, para luego resbalar despacio, como a cámara lenta, bajo la atenta mirada de su ejecutor. Simón miró en todas direcciones, desenroscó el silenciador del cañón y sonrió satisfecho ante una súbita ocurrencia, pero no por ello menos obvia: ¨éste, ya no vuelve a pegar”. Después, desapareció por donde había venido.