viernes, 26 de febrero de 2010

Malo conocido

Si yo la invité a tomar un cafecito y charlar un rato, no fue por iniciativa propia sino accediendo al ruego desesperado de Valentín. Mi amigo me instó a que indagara sobre las motivaciones que la llevaron a abandonarle después de diez años de matrimonio. Y yo, cedí a sus súplicas.
Celia no mostró sorpresa ante mi invitación, ni siquiera preguntó sobre el objeto de la cita, y se presentó en el Café Moldavia con puntualidad suiza. Yo lo hice con cierto adelanto, apenas cinco minutos, así que tuve tiempo de elegir una mesa contra la ventana y verla aparecer por la puerta.
Me puse en pie cuando llegó a mi lado, y me dio un beso antes de ofrecerle caballerosamente una silla. Se quitó el abrigo, colgó el bolso sobre el respaldo, y tomó asiento. Cruzó las manos sobre el mármol y me miró directamente a los ojos.
- Vos dirás – dijo directamente
- Mejor pedimos, y después te explico – contesté, haciendo señas a un mozo que aguardaba educadamente a escasos metros
Mientras llegaban nuestras bebidas; una ginebra para mí y té con lecha para ella, intercambiamos los habituales comentarios sobre el tiempo y las previsiones meteorológicas. Cuando finalmente tuvimos nuestras consumiciones delante, entré en materia, intentando no mostrarme dubitativo ni parecer que llevaba un guión establecido
- Mirá, Celia…vos sabés que yo soy amigo de Valentín desde hace mucho, ¿no?
- Ah, era eso – me interrumpió, como si esperara que el motivo de vernos fuera otro
En ese momento no supe interpretar su reacción y no le di mayor importancia, por lo que proseguí con lo que estaba
- Como te decía, somos amigos desde hace tiempo y la verdad, lo veo mal, muy mal. Anda como boleado, ¿víste? Como un alma en pena y tengo miedo de que le de por hacer una locura – exageré – vos sos la mujer de su vida, lo que más quiere, y que ahora no estés con él, es algo que no entiende. La vida se le dio vuelta de repente y no lo termina de encajar…
- ¿Te mandó él que hablaras conmigo?
- No, ¡ por favor ¡ - mentí - ¿por quién me tomaste?
- Con él me ahogo, Guido, me aburro. Nunca una sorpresa, una transgresión, sino que todos los días lo mismo, como si nuestra convivencia fuera un plan de cuyas estrechas coordenadas no nos pudiéramos salir. A su lado me siento que no vivo la vida y que mis mejores años se me escapan en medio de la nada, como a esas mujeres de antes, que no tenían más entretenimiento que pasarse las horas tejiendo, salir a comprar a la mercería o escuchar los seriales radiofónicos. Yo no quiero una vida tan chata ni chota. ¡Quiero vivirrr, Guido, Vivirrrr¡
- ¿Y todo esto se lo dijiste?
- Claaro, mil veces, pero es inútil. La gente no cambia, y menos él, que tiene que planificar hasta las veces que va al baño. A mí me gustaría que fuera distinto, un tipo aventurero como….como vos ¿entendés? – explicó, alargando sus manos hacia las mías y mirándome con provocación.

Al notar el contacto, sentí una súbita oleada de vértigo. El corazón me latía con fuerza y la adrenalina empezaba a circular violentamente por el torrente sanguíneo.
- ¿Sabés lo que te quiero decir? – inquirió
Más que saberlo, lo intuía: la mujer de un amigo me estaba intentando seducir. Y no estaba mal el asunto porque, dejando de lado los aspectos morales, Celia era una madura espléndida que a sus cuarenta y monedas, resultaba más excitante que cualquier pendejita rubia de piernas largas y culito respingón.
- Perfectamente – volví a mentir, ésta vez a medias y disimulando con una sonrisa mi nerviosismo
El diálogo no se extendió más allá de lo imprescindible y, un rato después, estábamos revolcándonos en un telo cercano, excitados por la infidelidad suya y la traición mía.
Nos volvimos a ver al día siguiente, en el mismo Café y a la misma hora, y terminamos, nuevamente, perdiendo la verticalidad entre sábanas alquiladas. La única diferencia, y notoria, fue la despedida. Celia se sentía asaltada por la culpa y sus últimas palabras, regadas con lágrimas menudas, fueron: “Esto no va a funcionar, Guido”.
No dije nada. No tenía nada que decirle, así que la dejé marchar, sabiendo perfectamente adónde iba a ir.

Pasados unos días, paseando por Independencia, me encontré con Valentín. Llevaba a su perro con la correa y vino apurado a mi encuentro en cuanto me vio. Me abrazó y, con una gran sonrisa de contento en la cara, me dijo:
- ¡Sos un fenómeno, Guido, un auténtico fenómeno!
Arqueé las cejas interrogativamente, haciéndome el sonso. Comprendía de sobra a qué se refería, pero quería ver por dónde seguía.
- No sé qué le dijiste a mi jermu, pero la mataste. Volvió a mi lado como un corderito – explicó – No sabés cuánto te lo agradezco, che
- Bueno, ya sabés cómo son las minas...Todas unas piantadas - bromeé, sin entrar en explicaciones sobre el funcionamiento de la histeria y la culpa.
- jajaja tenés razón. Sos un amigo macanudo, flaco. Pedíme lo que querás
- No, ¡qué te voy a pedir¡ ¿para eso estamos los amigos, no?- respondí, pero pensando en pedirle dos cosas; que no fuera tan pelotudo y que, si volvía a tener el mismo problema, me mandara a Celia de vuelta.

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