lunes, 1 de marzo de 2010

Favor de amigo

Nunca me había gustado el Café Brenan. Aún cuando su amplitud permitía un gran espacio entre las mesas, otorgando privacidad y discreción a las conversaciones, el lugar era de lo más insulso. Paredes pintadas en color durazno, desabridos cuadros abstractos, enormes sillones de mimbre y repetitiva música new age (con predilección por la insufrible arpa electroacústica del suizo Andreas Volenweider) conformaban un eclecticismo que no decía nada y a mí, personalmente, incomodaba. Sin embargo, cuando mi amigo Adrián me llamó para citarme ahí, no puse ninguna objeción y me presenté a la hora convenida.
Al llegar, ya me estaba esperando, y se puso en pie en cuanto me presenté a su mesa.
- Gracias por venir, Guido – dijo, ofreciéndome la mano - ¿te sorprenderá que te haya hecho venir, no?
- La verdad es que no. Vos siempre llamás cuando querés algo – respondí con cierto resentimiento, ya que hacía meses que no sabía nada de él

Una mueca en su boca delató que había acusado el golpe, pero disimuló y esbozó una falsa sonrisa. Enseguida me ofreció asiento y entramos en materia.
- Mirá, no me voy a andar por las ramas. Ni quiero ofender tu inteligencia ni hacerte perder el tiempo. Te llamé porque necesito que me ayudés.
- Dale, decíme – contesté, con tono conciliador y apartando cualquier atisbo de rencor
- ¿Te acordás de la noticia que salió la semana pasada, sobre ese policía retirado que apareció muerto en un parque de Banfield con la cabeza rota?

Por aquel entonces, yo sobrevivía escribiendo crónicas de sucesos para un importante diario nacional, y aunque no había cubierto personalmente el caso, lo recordaba perfectamente.
- Sí, un policía jubilado al que habían querido robarle…lo llevó Pellegrini. Yo andaba en Mar del Plata, ocupándome de lo de la modelo que fue asfixiada por su amante ¿por?
- Lo maté yo - me confesó
- ¿Qué? – pregunté alarmado
- Escuchá, esto no se lo conté a nadie. Ese tipo no era un simple policía jubilado que se dedicaba a pasear al perro y plantar rosas, sino el hijo de puta que, con otro compinche, nos asaltaron en casa hace poco más de tres meses…a Graciela, además, la violaron. Conmigo se contentaron en darme una paliza y mandarme al hospital… Menos mal que, por lo menos, los nenes se habían ido a pescar a Chascomús con mi hermano Rodolfo porque si no…

Yo me quedé mudo, y no sabía realmente qué decirle porque ¿qué se dice en una situación como ésta? No se me ocurrió mejor cosa que levantarme y darle un abrazo, torpe pero sentido, y como tal lo debió notar, porque los ojos se le humedecieron al instante. Al igual que a mí.
- Gracias – musitó cuando nos separamos - ¿Todavía tenés aquella pistola de tu viejo? – quiso saber Adrián
Nada más regresar a Buenos Aires, mi padre me había regalado una pistola belga que tenía desde hace muchos años. Se la compró a un comisario, al contado y sin papeles (siguiendo la costumbre) y durante todo el tiempo hasta que llegó a mis manos, la tuvo criando polvo encima del armario de su cuarto. Ni siquiera sabía si funcionaba.
- Sí - susurré, intuyendo lo que iba a pedirme
- La necesito para matar al otro tipo. No la tenés registrada, ¿no?

Me contó que los había identificado gracias al tatuaje que lucía uno de ellos en el antebrazo (un puma o una pantera) y la casualidad de una charla vecinal. Los criminales, resultaron ser los pintores de una casa a mitad de cuadra y, curiosamente, habían terminado el encargo el mismo día del asalto. A partir de esos datos, Adrián hizo averiguaciones hasta dar con ellos en las afueras de la capital. Y los comenzó a seguir pacientemente. A uno, pudo finalmente matarlo golpeándolo con un caño en la cabeza en la oscuridad de un parque cercano a su domicilio. Al otro, continuó vigilándolo de cerca, esperando la oportunidad de agarrarlo solo y desprevenido. Afortunadamente para su salud mental, la espera no llevó mucho tiempo y, apenas tres días después de nuestro encuentro, lo mató a balazos en las cercanías de la estación de trenes de Lanús.

No volví a ver a mi amigo, pero sé que está bien. Todos los años me manda una tarjeta por Navidades desde una localidad bien al sur, donde hay un gran lago azul en cuyo fondo yace la pistola belga que fuera de mi padre. Yo, aunque no las celebre, se lo agradezco igualmente, y le deseo lo mejor. Porque para eso estamos los amigos; para acordarnos los unos de los otros.

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