miércoles, 10 de marzo de 2010

Nada que perder (Final)

Dejé que el teléfono sonara varias veces antes de levantar el tubo.
-¿hola?-pregunté sospechando que sería ella
- Hola, soy Liliana, ¿tenés algo que hacer ahora mismo?
- No...no, nada – respondí vacilante, como si lo estuviera pensando.
- ¿Te parece si vamos a correr un rato por el parque? Ando desentrenada, y como vos me dijiste que acostumbrás a hacerlo, pensé que podríamos…
- Claro, ¿te va bien en veinte minutos en la puerta del Ombú? - propuse decidido
- Perfecto, nos vemos ahí en un ratito
- Chau
Tras un recorrido de media hora, lo cual no estaba nada mal para su retorno a un hábito que tenía olvidado, nos sentamos en un banco a descansar. Verla sudada, empeñándose en recoger sus mojados mechones de cabello detrás de las orejas, con la ropa pegada a su cuerpo y las mejillas perladas de líquidas toxinas, me produjo una fuerte sensación de deseo. Inmediatamente comencé a divagar sobre cómo sería hacerle el amor en ese mismo momento, así como estaba, empapada y exhalando sexualidad por su poros abiertos. Imaginé mi lengua sintiendo el sabor acre de su piel húmeda recubierta de sudor, mis dedos palpando el adherido tejido de su ropa interior y todo mi cuerpo estremeciéndose ante la calidez de su piel y su pulso acelerado por el ejercicio. Me veía avanzando irreverente por su geografía, seducido por entrecortados gemidos, hasta conformar una maraña de sensaciones culminadas en un febril acoplamiento de cóncavo y convexo. Tranquilo y sin pausa descubriría sus formas y sus vértices confirmando que, en sus angulosidades, encontraría un lugar anhelado desde hacía tiempo y el porqué de mi retorno a una ciudad abandonada durante décadas. Comprendí que en la vida de un hombre, hay una imagen de mujer que es una explicación secreta de los triunfos y las derrotas, las claudicaciones o las ambiciones desbocadas. Noté entonces la atracción de sus ojos azul y no pude reprimir la necesidad de tocarla, acariciando su mejilla y rozando sus labios con los míos mientras mis dedos pasaron a hundirse entre los cabellos de su nuca.

- ¿Querés venir a cenar a casa? – propuse de repente, apartándome
- Me encantaría – contestó de inmediato
Le di la dirección y establecimos la cita para hora y media más tarde. Justo antes de separarnos, cuando casi había perdido las esperanzas, me hizo la pregunta que yo llevaba aguardando, interesado, desde que me llamó por teléfono.
- ¿Por qué ayer no me preguntaste si podías subir?
- ¿Querés que sea sincero? Mirá, primero porque intuí que era una pregunta con trampa, una prueba a la que me sometías pero, sobre todo, porque pretendo ser una excepción en tu vida…..como ves, no puedo ser más franco, aún cuando a lo mejor me estoy excediendo en la sinceridad…
- Me gusta que seas tan claro y que no utilicés subterfugios ni tácticas

Se presentó a la hora convenida, sin retraso, y la recibí con unas rebanadas de pan tostado con tomate triturado, aceite de oliva y jamón mientras un tinto español se asentaba eliminando vapores en un decantador de cristal checo. En el horno, se asaban unas milanesas a la napolitana con papas, que más tarde untaríamos con manteca y sal, y un oporto vintage nos miraba fijamente parado junto a la cafetera.

A lo largo de la cena, charlamos de nuestras cosas, en tono de confidencia creciente, poniéndonos al día sobre aspectos de nuestro pasado. Ella había estado casada con un norteamericano del que se divorció porque quería un hombre y no un hijo. Yo, le conté, me había separado de mi ex por lo contrario; no me bancaba el maternalismo con me trataba y mi relación con ella pasó a ser como ése tipo de amistades que un hombre tiene con una mujer a la que no desea. Absortos ante el avance de las palabras por un sendero sin retorno, descorchamos una segunda botella de vino y nos despojamos de los restos de pudor y precauciones convencionales, dejándonos conducir únicamente por un gozoso ejercicio de imprudencias, antes de que Liliana me extendiera su mano sobre la mesa. Se la estreché y la conduje a mi cuarto para así cumplir dos destinos, al amparo de un murmullo de ilusiones y el merecimiento de ser queridos.

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