jueves, 25 de marzo de 2010

Fatalidad

Beppo Limentani vivía más en los silencios que en las palabras. Sin pareja, familia ni amigos, se marchitaba día a día sin remisión, centrándose en su ingrato trabajo y deseando un futuro que no fuera pretérito. Por más que ansiaba encontrar razones para bendecir cada nuevo amanecer, no lo conseguía y terminaba resignándose a soportar, estoicamente, el tedio de sus rutinas cotidianas. Existía sólo por inercia, y no dejaba de preguntarse hasta cuándo se dilataría su agonía en un mundo que lo excluía. Cuando llegaría, por fin, ese momento, fijado por D-os o la casualidad, en que por muriera, poniendo triste colofón a una historia tan vacía que sólo se compondría de dos fechas; la de su nacimiento y la su óbito.

No había mañana en que, Beppo, no sintiera el impulso de tirarse al paso del tren que lo llevaba hasta el trabajo, y tampoco había mañana en que no se confirmaba su cobardía. Carecía de valor para matarse, y pretendía autoengañarse diciéndose que su subconsciente tenía curiosidad por lo venidero, o que sus genes estaban inmunizados al suicidio gracias a las heroicas supervivencias de sus ancestros. A nadie engañaba, ni siquiera a sí mismo, y sabía, de sobra, que la verdadera razón era la pura y llana falta de valor. Así, de este modo que más emparentaba con la muerte que con la vida, se sucedían sus jornadas; sin anormalidad, constantes en lo intrascendente y en una angustia que no cedía. Siempre lo mismo. Nada cambiaba. Desde el trato impersonal con sus subordinados hasta la mesa solitaria en las comidas, el pesado trascurrir de las tardes o la hora de regresar a casa y encerrarse a solas con la nada absoluta. Todo se repetía con dolorosa uniformidad.

Algunas veces, cada vez menos, se veía abordado por alguna súbita hemorragia de optimismo, de fe, de efervescencia existencial y sentía unas ganas casi violentas de ser feliz. En esos instantes creía que todo era posible si se deseaba con ganas; los azares venturosos acudirían a su desesperado llamado y su realidad sufriría una sacudida brusca que lo metería de lleno en la vida. Por desgracia, todo se derrumbaba casi de inmediato. Su yo interior imponía su dictadura, a golpe de realismo y la firme convicción en que el determinismo rige los destinos humanos.

En fin, no se qué habrá sido de él. Tal vez ya nos haya dejado, o acaso siga aún entre nosotros, intentando armarse de valor para quitarse de en medio. Ojalá tenga suerte y encuentre lo que busca: una positiva señal del azar, ése monstruo que lleva toda la vida esquivándolo.

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