lunes, 29 de marzo de 2010

Reaparición

Sentado en el Café Soleil, pasaba solitarias horas matinales espiando lo que podía verse desde el gran ventanal. Generalmente, me concentraba en intentar descifrar lo intangible, lo que corría por debajo de las apariencias de lo obvio, cómo si algún lenguaje en clave se manifestara para quien supiera interpretarlo: una especie de jeroglífico metafísico que la vida nos presentaba con ánimo lúdico y sapiencial, algo impalpable y notorio aún en su invisibilidad pero que estaba ahí, junto a nosotros, danzando a nuestro alrededor. Buscaba señales, presagios, una forma distinta de percibir la realidad e interpretarla con ánimo de predicción y posterior dominio. Ni que decir tiene que jamás logré nada más que matar el tiempo, lo cual no era poco para alguien que, como yo, disponía de dicha materia prima en grandes cantidades. Una de aquellas ociosas mañanas, ubicado en mi mesa habitual, y entregado a lo descrito, recibí la inesperada visita de un fantasma de mi pasado. Uno al que yo creía extinguido hacía mucho.

- ¿Cómo estás? – preguntó al llegar a mi mesa

Parada ante mí, descubrí a Carla. Seguía como siempre, hermosa e idéntica a sí misma, mirándome fijamente a los ojos. Su mirada parecía velada por una sombra de tristeza, sobre cuyo origen ni siquiera me animé a especular. Sólo sentí ganas de salir corriendo, de aliviar el cúmulo de sensaciones que me subieron de inmediato desde el estómago y oprimían el corazón. No lo hice, por educación, por curiosidad, por que simplemente me deba pereza levantarme y largarme, o acaso, porque ya estaba harto de sumar otra huída al extenso catálogo de ellas que jalonaban mi vida. Me quedé, y la invité a sentarse. Tomo asiento enfrente mío y pude verla con mayor detalle; la luz solar incidía sobre su piel pálida y le confería un brillo que potenciaba la fuerza de sus acentuados rasgos, mostrándome la plenitud de la ecuación que determinaba su hermoso rostro. Noté entonces cómo mis células palpitaban ante la evocación de pasados días de tristeza infinita, de aquel transitar por túneles oscuros que parecían no tener fin, y deseé, con todas mis fuerzas, que todo fuera un sueño, que esa presencia que tenía enfrente y me miraba como una esfinge, desapareciera de mi vista.

- Te veo bien – me dijo
- Será porque estoy cerca – respondí secamente
- ¿Todavía me guardás rencor? – preguntó, muy seria
Le indiqué que no con la cabeza, e interrumpimos la conversación ante la llegada del mozo. Pedimos dos cafés y reanudamos un diálogo que se presagiaba antinatural y difícil.
- Ahora sos bastante famoso…leí tus novelas y te sigo en el diario, la radio y te veo cuando salís por televisión…te queda muy bien el pelo canoso
- ¿Pensás que eso es importante para mí? Ser famoso, digo. Preferiría mil veces ser un empleado bancario o municipal y haberte tenido todo este tiempo conmigo
- Juntos nos estábamos asfixiando, anulando…conmigo a tu lado tal vez nunca te habrías convertido en escritor
- O tal vez sí…en todo caso, da igual, porque lo pasado, pasado está, y ya no tiene arreglo. ¿A vos te fue bien? – desvié el tema con miedo a que continuara justificando nuestra remota separación
- Tengo una nena de tres años
- Eso no es una respuesta
- No, no me fue bien. No pasé de ser ama de casa, si te referís a eso. Dejé todos mis proyectos estacionados, me casé, y ahora me estoy divorciando. Mi marido está en la cárcel…es uno de los abogados implicados en el caso Frachetti (un sonado asunto de corrupción inmobiliaria con repercusiones política) ¿y vos?
- ¿Yo? yo tengo un perro, y jamás me sentí más querido, si te referís a eso

Seguimos hablando de banalidades y cualquier cosa que eludiera comprometidos silencios hasta que, una hora después, nos despedimos con un beso en la mejilla y un mirarnos suplicante que transmitía nuestra condición de fracasados. Mientras la veía alejarse, no pude evitar pensar en las cosas que habrían podido ser y que no fueron, de cómo yo pensaba que nos parecíamos y estábamos hechos el uno para el otro y terminé equivocándome, en cómo tras su abandono me aislé en el gueto privado de mi departamento, ajeno a todos y yendo a la deriva en un mundo del que había perdido las referencias, en lo absurdo de mis promesas de no volver a exponer mis sentimientos por nada ni por nadie, en cómo mi familia y amigos lograron rescatarme de una existencia turbulenta cuyo horizonte era la muerte trágica, en los celos que sentí por no ser el padre de esa criatura, en…..en tantas cosas, que se me hizo un nudo en la garganta y abandoné el local, necesitado de salir fuera y rebajar mi tensión emotiva. Cuando por fin llegué a casa, Sigmund, un perro mezcla de fox terrier y no sé qué más que rescaté de la perrera, me saltó encima, poniéndome las patas en el pecho y lamiéndome la cara. Lo abracé, y tras acariciarle repetidamente la cabeza, le puse la correa y lo llevé al parque. Es quién más me quiere y quien menos pide: apenas algún paseo, y un poco de cariño.

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