sábado, 29 de mayo de 2010

Recordatorio

En estos tiempos, donde el común de los mortales lo olvida todo y le miente hasta a su psicoanalista, quisiera desmarcarme de estas crónicas tendencias y hacer un breve recordatorio de alguien fallecido hace justamente un cuarto de siglo. Se llamaba Jacobo Biale y, años atrás, ocupó un lugar destacado en la narrativa contemporánea argentina, aunque ya casi nadie se acuerde.

Biale nace en Buenos Aires el 27 de Marzo de 1920, en el seno de una familia de clase media de ascendencia ucraniana e italiana. De hecho, el apellido con que firma sus obras era una aleación entre los originarios Bialik, por parte de padre y Vitale, por vía materna. Tras una infancia sin sobresaltos ni hechos destacables, cursa estudios secundarios en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, para posteriormente continuar su formación como estudiante de Abogacía. Obtenida la licenciatura, entra a trabajar en el prestigioso despacho Braun & Peralta (Callao semiesquina Corrientes) gracias a las amistades de su familia con el primero de los socios. Coincidiendo con este hecho, consigue publicar su primer libro: “La muerte versera y otros cuentos” (1945), con el que gana el Premio Sarmiento para escritores nóveles. Dos años más tarde, en 1947, por fin nos llega su primera novela; “El manso”, donde el autor narra las peripecias de un gaucho recién llegado a la capital. En este título, hoy de culto para los bibliófilos, se evidencian los rasgos que determinarían su impronta en ulteriores obras; un ingenio mordaz, la cercanía entre lo trágico y lo cómico, agudas descripciones y un retrato fidedigno de todas las clases y todos los ambientes del Buenos Aires de esos años. Espoleado por el todavía moderado éxito, abandona definitivamente el Derecho y se vuelca en la literatura y el periodismo, aglutinando en torno suyo a un puñado de jóvenes que conformarán lo que se da en llamar el Grupo de Caballito. En él, sobresalen nombres de futura relevancia en el panorama de las letras argentinas, como Horacio Villalbi, Darío Del Vecchio, Leopoldo Finley o Hugo Schneider (quien llegará a ser ministro de Cultura bajo la presidencia de Raúl Alfonsín). Como periodista, Jacobo se ocupará, durante décadas, de la crítica teatral y literaria del diario El Observador, además de fundar junto con Omar Stuyk y Juan Carlos Iturbide, la revista literaria Prismas, en 1956. Baile también incursionó en la poesía, pero es en la crítica, el ensayo y, sobre todo la narración, donde su talento destaca con especial singularidad. De este modo, conviene resaltar sus novelas: “Huellas Porteñas”, “Los arrabaleros” y “Luces dispares”, publicadas por Ediciones Flor de Lis en 1949, 1953 y 1959, respectivamente, o “La desaparición de Sofía Gluck” (1964), “Salvajes” (1968), “La carta en tinta roja” (1974), “Un morocho de Avellaneda” (1977) y la antología de relatos cortos “Apetitos carnales” (1981), títulos todos éstos editados bajo el sello Ibis.

En lo que respecta al ámbito estrictamente privado, su vida sentimental es de lo más agitada. Tuvo tres mujeres legítimas y múltiples aventuras furtivas. Entre éstas últimas, destaca la que vivió con la esposa del magnate de la televisión Osvaldo Kovacs, que deriva en un sonado escándalo con repercusiones políticas, y culmina con la renuncia del empresario a su recién estrenada acta de diputado. Por eso fueron no pocos quienes creyeron adivinar la mano de Kovacs en la muerte del escritor, acaecida pocos meses después de destapado el asunto. El cuerpo de Biale, aparece sin vida en el suelo del comedor de su casa el 8 de Diciembre de 1985 y el equipo forense atribuye a un envenenamiento por cianuro, disuelto en whisky, como causa del óbito. Sospechosamente, el vaso encontrado junto al cadáver desaparece de los laboratorios policiales antes de que se practicaran los análisis correspondientes. En consecuencia, el caso se cierra por falta de pruebas, y detalles relevantes como la ausencia de nota de suicidio o el robo de su pastor alemán aquella misma mañana, terminan siendo desestimados por las autoridades policiales. Sea como fuera, asesinato o suicidio, Biale se merece un homenaje, aún cuando sea tan modesto como éste, y aún cuando no más que unas pocas personas lo terminen leyendo.

Descanse en paz, don Jacobo.

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