jueves, 31 de diciembre de 2009

Tropiezo

Salí contento de la peluquería, pasándome gustosamente la mano por mis cabellos recién rapados, buscando el reflejo en los cristales con que me cruzaba e intentado observar alguna reacción en las mujeres que pasaban. Siempre me había quedado bien el pelo tan corto, en particular si lo combinaba con una perilla blanquinegra y sobre todo, si añadía camisa o camiseta en tonos oscuros. Ese día en concreto, lucía un polo Burberrys (siempre me gustaron más que los Lacoste) azul marino, no me había afeitado desde la semana anterior y me vi obligado a ponerme las gafas de sol, conformando un conjunto que me hizo caer en la cuenta que tenía “el guapo subido”. Vanidoso y animado, caminaba despreocupado rumbo a casa, canturreando algo del viejo Bob Dylan y repasando mentalmente la compra que debía hacer. Debía de estar realmente concentrado porque no reparé en ella hasta que fue demasiado tarde y no había escapatoria. Hacía ocho años que no nos veíamos y, sin embargo, apenas la reconocí, el corazón comenzó a latirme con fuerza y un amago de vértigo amenazó mi cabeza.

- ¿Cómo estás, Guido? – me preguntó tras recibirme con una breve sonrisa y dos besos
- No tan bien como a vos por lo que veo – repliqué con mi mejor cordialidad fingida mirándola de arriba a abajo

Susana fue la mujer más importante que pasó por mi vida y uno de esos recuerdos dolorosos que uno aparca en la parte más recóndita de la memoria, allá donde está el desagüe por el que echamos lo que sobra. Nos habíamos conocido apenas aterricé en Madrid y compartimos cuatro años de nuestra vida. Si por mi fuera hubiéramos estado más tiempo juntos pero, ella pensó que era una mejor opción de vida liarse con su jefe en la empresa bursátil que trabajaba desde que se había licenciado y a mí no me quedó otra alternativa que salir de escena, en silencio y sin hacer reproches.
Ahora, después de tanto tiempo, la tenía otra vez delante y me fastidiaba (mentiría si dijera lo contrario) comprobar que seguía estando igual de buena que siempre, o incluso más, dado que si antes no era del todo consciente de los estragos que podía provoc
ar su cuerpo, su actual madurez la hacía estar de vuelta y media. Sí, estaba radiante; con la piel bronceada, el pelo brillante, los dientes blanquísimos y un traje sastre oscuro conjuntado con un bolso y zapatos caros.
- Será que tu siempre me has visto con buenos ojos – reanudó la conversación
No le pegaba la falsa modestia pero no iba a darle el gusto de volver a alabar su belleza
- Será eso, entonces
- Bueno, tú tampoco estás nada mal, y esas canas te dan un toque muy interesante...¿Te has casado?
Me sorprendió la pregunta y sentí como mi corazón volvía a acelerarse. Temí que se me notara y ensayé mi mejor sonrisa a modo de distracción.
- No, ¿por qué? ¿ vos me ves cara de casado?
- La verdad es que sí, aunque no tienes barriga y con ése corte de pelo pareces más gay que otra cosa
- Qué cosas más lindas me decís ¡ Y yo que andaba tan contento…
- Yo sí me casé ……y me separé….por suerte, no tuvimos hijos.........
¿Tienes tiempo para tomarte un café y así charlamos con más calma? - propuso tras un incómodo silencio
No comprendía de qué teníamos que hablar después de ocho años y aún cuando la proximidad de su cuerpo me despertaba la líbido, algo dentro de mí me alertaba de debía largarme cuanto antes.
- Mírá, la verdad es que me encantaría - mentí - pero dejé al perro solo en casa y tengo que llevarlo al veterinario porque se pasó la noche vomitando el pobre…y estoy un poco asustado – seguí mintiendo .
- Ay, pobrecito(como si se lo hubiese creído ¡)...bueno y...¿otro día? ¿te apetece que quedemos otro día? Yo ahora vivo por aquí cerca y ...
- Ah, sí, me parece perfecto - respondí simulando interés y sacando a relucir el hipócrita que ni sabía que llevaba dentro
- ¿Quieres que te de mi teléfono?
- No, dejá, mejor te doy yo el mío

Nada más despedirnos, con dos besos y la promesa de encontrarnos de nuevo, me volví para observarla de espaldas “¡qué hija de puta!,¡está cada día más buena! , me dije a mí mismo, evocando viejas sesiones de cama y preguntándome si había hecho bien al darle un número inventado.