lunes, 4 de enero de 2010

Matador

Silvio Viterbi es argentino, soltero, tiene cuarenta y tantos años y alterna su profesión de publicista con la docencia en una universidad privada. Sus padres, dos judíos italianos que recalaron en Bs.As. huyendo de Mussolini, provenían de la burguesía Toscana (un abuelo terrateniente, otro médico) y residen a escasas tres cuadras de su departamento. No tiene más que una hermana, cuatro años menor; Adriana y desde siempre que recuerda, hubo perro en casa. Por lo demás, nada que resulte anormal o llame particularmente la atención:
Estatura: 1,78 m
Color de ojos y cabello: miel y castaño claro, respectivamente
Número de pie: 42
Signo astral: Aries, con ascendente Capricornio
Mujeres con las que se acostó: 18
Libros que sostienen sus estanterías: 2.997
Auto que maneja: Peugeot 307
Cantantes preferidos: Andrés Calamaro y Bob Dylan
Actores favoritos: Cary Grant, Edward Norton y Billy Bob Thornton; Actrices: Mel Streep y Soledad Villamil (no sabe si es de las mejores pero sí con la que más sueños eróticos ha tenido)
Postres que le encantan: tiramisú con helado de sambayón y casi todos los que lleven frutillas, aunque sea de putos
Amigos que tiene: 3 fijos y otros tantos en órbita permanente
Zapatillas que usa: Adidas
Pantalones que más se pone: unos Levi’s etiqueta roja
Manías confesables: arrancar las etiquetas de las botellas de cerveza, leer el diario comenzando por atrás, forrar los libros, tener los lápices siempre afilados, quedarse dormido con la radio encendida
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Sin embargo, y obviando lo anterior, que por indicar indica muy poco, el tal Silvio arrastra una peculiaridad que le distingue del resto de sus coetáneos (a no ser que mañana surja alguien que me desmienta y pueda documentarlo). Algo que le convierte en único en su especie y que le hace temible: puede provocar cáncer en el prójimo. Sí, así es, a pesar de que resulte casi inverosímil. Desde hará unos diez años, el tipo viene comprobando cómo, la gente que odia va muriendo de diferentes cánceres en menos de seis meses. Al principio, Silvio no asociaba el fallecimiento de estos indeseables a otra causa que no fuera el azar pero, poco tardó en decirse a sí mismo que eran muchos muertos para que únicamente interviniera la casualidad. Los números cantaban y, de esta manera, se sucedieron: el atorrante que estafó a su viejo en un negocio, la ex mujer del tío Arrigo (al que arruinó para luego largarse con otro), el desgraciado que le robó la cartera a punta de pistola, aquél catedrático antisemita que casi le impide licenciarse o ése novio que tuvo su hermana y que resultó que estaba casado. A pesar de su horror, y no cierta satisfacción que por motivos morales eludía reconocer, esos poderes, lejos de desaparecer se acentuaron, y las siguientes víctimas fueron alcanzadas aunque el odio no se mostrara más que como algo pasajero. Así, pasaron a mejor vida; el gordo pelotudo que siempre rompía las bolas en las reuniones del consorcio, la funcionaria que no le atendió convenientemente en la Municipalidad, un tipo de la otra cuadra que maltrataba a su mujer, el coreano de al lado que dejaba la vereda llena de escupitajos, la vieja chota del cuarto A que se no hacía más que chismear o el mecánico atorrante que le arreglaba una cosa al auto y estropeaba otra para hacerle volver. Estos que supiera… porque, del fallecimiento de otros más anónimos ni se enteró, como del taxista que le quiso cobrar de más aquél día que tenía el auto en el taller y fue a ver a una novia que vivía en la Loma del Orto, el colectivero chanta que le salpicó a propósito un jueves tormentoso, el pendejo al que descubrió pintando una esvástica en la pared del edificio donde vivían sus padres o el maricón que le miraba lo que tenía entre manos mientras meaba en el baño de un cine de Corrientes, por citar unos pocos y no alargar la relación.
Voy a omitir cómo conocí yo éste secreto de Silvio Viterbi, porque es algo que queda entre los dos pero, les voy a dar un buen consejo: si lo encuentran, aléjense de él y sino, no le ofendan. De lo contrario, vayan haciendo testamento. Ah, y no lo divulguen, porque nadie va a creerles. La gente no es tan crédula... ¿o sí?.