martes, 26 de enero de 2010

En el Bristol (un día de lluvia)

Sobre la ciudad caía una lluvia mansa que me empujó a la calle. En semejantes días siempre sentía el impulso de pasear, respirar el sano aire limpio de contaminación y notar sobre mi cabeza la fina llovizna tan buena para el pelo, según la creencia popular. Sin embargo, como si algún demonio celara de mi sencillo placer, de pronto se desató una tormenta que me hizo imaginar lo que vería Noé al mirar por el ojo de buey de su camarote en el arca, e imitando a los demás transeúntes corrí a refugiarme en el Café más próximo; el Bristol.
El local, tenía cierto abolengo destartalado, con espejos manchados, madera oscurecida por el tiempo, mesas de mármol carentes de brillo y un suelo ajedrezado en baldosas blancas y negras que me recordaba al de mi cocina. Por lo demás, no dejaba de ser uno de esos Cafés que un día tuvieron esplendor y ahora conservaban el encanto de la decadencia, muy apreciada por bohemios y soñadores.
A pesar de que afuera llovía, había un gran número de mesas desocupadas por lo que no me costó encontrar una vacía. Me senté, eché una ojeada a la clientela y enseguida encendí un cigarrillo mientras esperaba al mozo. No fue hasta el primer trago de whisky que caí en la cuenta que la gente hablaba en voz baja, como si el fenómeno atmosférico les hubiera asustado, evidenciando la supervivencia de nuestro lado animal ante miles de años de civilización. Al siguiente trago, reparé en una treintañera morocha, distante a apenas dos mesas y que tomaba lo mismo que yo: jugo de Escocia. Tal vez por la coincidencia, o acaso porque estaba muy buena o quizás porque a ambas cosas se añadía el hecho que me miraba, de inmediato sentí una corriente de simpatía hacia ella. En vano intenté dejar de mirarla pero, era extraordinariamente atractiva y me pareció un verdadero desperdicio verla allí sola, con la única compañía de un vaso de whisky. Armado de valor y contraviniendo a mi carácter (soy habitualmente tímido), me acerqué hasta ella.

- ¿Te puedo invitar a otro whisky? – le pregunté mostrando mi vaso tan vacío como el suyo. – te aseguro que es la primera vez que hago esto - añadí
- ¿por qué no?
- Me llamo…..
- Sé cómo te llamás – me interrumpió – Yo soy Alma, Alma Franckel, y te digo mi apellido porque yo conozco el tuyo…..¿vos creés en las casualidades?
- Prefiero creer que todo ocurre por algo..
- Claro, por eso hoy es la primera vez que entro en este lugar y justo ayer empecé a releer tu antología de cuentos “Señor, dáme una tregua”…así que me gusta pensar en la sucesión de azares, complementarios, que permitieron este encuentro, cuyo significado escapa a mi capacidad de comprensión porque, desgraciadamente, no tengo dotes de vidente…
- Entonces tendremos que tomarlo como un desafío, ¿no te parece?
- Sí, pero primero me tomaría otro whisky

Tomamos un segundo, un tercero y charlamos largo y tendido hasta despedirnos, con un apretón de manos, intercambio de tarjetas y una cita para cenar dos días más tarde.
Camino de mi casa, reviviría el encuentro muchas veces, acariciando el relieve de su nombre impreso, y procurando no pisar charcos.
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