Mauricio miró a Silvia, que dormía con placidez a su lado, y pensó que se había dejado llevar, una vez más, por sus impulsos en lugar de su conciencia. Acababa de cometer una locura y ahora, que ya estaba hecho, se preguntó cómo podía ser tan previsible en sus actos. Apartó entonces las sábanas y salió de la cama. Buscó un cigarrillo en la mesita de luz, lo encendió y empezó a fumar, mirando a esa mujer que con tanta facilidad despertaba su incontrolable deseo. Entrada ya en la cuarentena, de estatura mediana, figura atlética y voz cálida, no pasaba inadvertida. Sin embargo, no era únicamente su atractivo lo que le seducía de ella, sino también una cierta candidez y la simplicidad con que encaraba la vida. Para Silvia todo resultaba sencillo y él, en cambio, ni siquiera tenía el temple suficiente para resistir sus ganas de acostarse con ella. Pero esto debía acabar. No podía ser que, tanto tiempo después de haber sido novios, no pudiera oponerse al capricho de ella por tenerlo en su cama. Estaba harto de sucumbir al antojo ajeno y le atormentaba ver flaquear su voluntad en cuanto ella le acariciaba el pelo o lo besaba. En esos instantes comenzaba a imaginar la lencería que llevaría puesta, rememoraba las curvas de su cuerpo, escenarios donde se habían amado y detalles íntimos que espoleaban su erotismo hasta la urgencia, traspasando el punto de inflexión del no retorno. Siempre se repetía la misma dinámica; ella lo provocaba y el se rendía.
- ¿Me prendés un cigarrillo, querido? – le pidió ella, recién despertada y sacándolo de sus meditaciones
- Hacélo vos, yo voy a preparar café – contestó Mauricio, tirándole el paquete y el encendedor sobre la cama
Cuando regresó de la cocina, portando la cafetera y dos tazas, Silvia había terminado de fumar y lo esperaba destapada, con las piernas flexionadas y las manos cruzadas tras la nuca.
- ¿Te gusto? – preguntó tentadora e insinuante
- Tomá – le alcanzó sonriente una taza de café eludiendo la pregunta
Al acabar de bebérselo volvió a la carga donde lo había dejado
- No me contestaste
- ¿Querés otro?
- Después, ahora quiero otra cosa – respondió, poniéndose en pie de un brinco
Con erótica maestría, Silvia pegó su cuerpo al de su amante y empezó a besarle el cuello mientras con las uñas le acariciaba suavemente el torso. Sabía lo que le gustaba a Mauricio y no tardó en advertir, de un modo inequívoco, que él ya estaba preparado para el ejercicio copulativo. Tomándolo de la mano, lo condujo a la cama, sin poder contener el agrado que le producía la docilidad masculina y su ingenuidad: el pobre, pensaba que esto no era amor sino, sólo sexo.
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