domingo, 17 de enero de 2010

No son horas de llamar

Llevaba meses sin trabajar, viviendo de los ahorros y quedándose todo el día en la cama, leyendo, abanicándose y bebiendo cerveza fría. Había perdido más de diez kilos de peso y la ropa le sentaba como si me la hubiera prestado un amigo entrado en carnes aunque tampoco importaba mucho, porque apenas si salía de casa. Nada le importaba y su única pretensión era escapar de la indiferencia y el sopor insensible derivado de una pena de amor mal curada. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo y sus actos iban en dirección opuesta a sus intenciones declaradas, poniendo de manifiesto su incapacidad para zafarse de una dinámica ya patológica. Era cada vez más consciente de estar alejándose de la realidad (y de los demás) y temía, en angustiosos arrebatos de conciencia, traspasar irremediablemente el umbral de la locura. No olvidaba, que una hermana de su padre había muerto en un psiquiátrico y sacudía la cabeza para no especular acerca de los inescrutables caminos de la genética y la insania mental. Ser infeliz no era poco, y él se conformaba con no ser pretencioso.
Una noche, intoxicado de alcohol más que de costumbre (la ingesta de cerveza y whisky aumentaba a medida que disminuía sus esperanzas) llegó hasta el teléfono, arrastrado por su anormalidad emotiva y unos impulsos no reprimidos. Marcó un número memorizado y esperó:

- ¿Hola? – contestó una voz femenina
- Hola, querida – dijo conteniendo la risa
- ¿quién te dio éste número? – preguntó alarmada y casi gritando
- Aahhhh, yo no soy ningún soplón
- ¿Estás borracho?
- Nooo, para naaada, estoy lúcido como si no existiera, que escribió el poeta
- Mirá, no se cómo conseguiste el número ni porqué llamás pero nosotros ya no tenemos nada de que hablar
- Eepa, ¡qué suspicaz que me saliste¡ sólo quería saber cómo andás, de buena onda
- No tengo nada que decirte, así que te voy a colgar. Olvidáte de que existo y….
- ¿Estás sola? – la interrumpió
- Eso no es asunto tuyo
- Dale, pasámelo que quiero darle unos consejos para cuando esté con vos en la cama ¿estáis en la cama ahora mismo?
- Dejáme en paz, chau
- No colgués, no colgués – imploró, antes de añadir – sólo quería decirte que todavía pienso en vos y que podríamos quedar algún día, como amigos nomás, para tomar un cafecito y ponernos al día ¿no?
- Mirá, vos estás en pedo por partida doble si te pensás que quiero volver a verte. Para mí no sos nada, estás muerto, aunque ahora te mamés unos tragos y te de por telefonearme. Andá a dormir la mona y mañana empezá a cambiar de vida o moríte, pero desaparecé para siempre de la mía
- O sea, ¿Qué ya no me querés? Mirá vos, qué pena, che porque iba a contarte un secretito que te iba a encantar. Bueno, mirá, te lo voy a contar igual, por los tiempos pasados ¿viste?. Me estoy cogiendo a tu amiga Mabel – mintió - ¿no decís nada? – interrogó tras una pausa. No sabés cómo se mueve, nada que ver con una frígida como vos. Lástima que no la hubiera conocido antes, porque seguro que ahora tendríamos dos o tres chicos correteando por la casa. Uy, perdón, qué poco tacto por mi parte, me olvidaba que vos no podés tener hijos. Bueno, no te preocupés, ahora eso de las adopciones es mucho más fácil que antes
- ¡Andáte a la puta que te parió y hacéte un enema, pelotudo! – colgó con violencia

A la mañana siguiente, amaneció con una intensa resaca y la certeza de haber hecho el imbécil. La angustia de la culpabilidad crecía a cada momento y de poco valían los Alka Seltzer y el jugo de tomate con sal para los males del alma. Tenía ganas de morirse y se debatía con vergüenza ante la perspectiva de volver a telefonearla para pedirle perdón. No sabía qué hacer, así que no se le ocurrió otra que echarse a dormir, olvidarse de sí mismo y de lo sucedido, como si no existiera, como si lo de anoche no hubiera pasado nunca. Cuando despertó, seis horas más tarde, comprendió que ya había tocado fondo, que esa llamada supuso un punto de inflexión, un antes y un después en el mal que le aquejaba de unos meses a esta parte (desde que ella le había dejado) y que si no se levantaba en ese momento, nunca más lo haría. Las oportunidades de redención no se presentan a diario y menos cuando la puerta está casi siempre cerrada.
Súbitamente lúcido y animado, se duchó, vistió y bajó a la calle a tirar todas las botellas y el teléfono al tacho de la basura. Sentía que quizás sus días aún no se habían cumplido pero debía protegerse y no recaer; las noches sin ella eran muy largas y las nostalgias, jodidamente traicioneras.

-------------------------------------------------------------------------------------