En cuanto Mario tomó aquel sobre azul en sus manos, se fijó en varios detalles que le provocaron intriga y una creciente premura por abrirlo: la ausencia de estampillas, de remitente y ver su nombre escrito en mayúsculas, con trazo inseguro y autoría inequívocamente femenina (la redondez de las letras así lo atestiguaba). Sin embargo, controló el impulso inmediato y lo guardó en el bolsillo de su saco antes de dirigirse al ascensor. Durante la subida, se entretuvo imaginando una ambientación adecuada para la lectura ansiada, que presentía tan interesante como el misterio que proponía el anonimato. Determinó que lo más idóneo sería poner algo de música, quizás Brahms, servirse un excelente oporto vintage y tomar asiento cómodamente en el mullido sofá del living. Sólo entonces estaría en condiciones de encarar la apertura de aquel sobre, rasgándolo con un abrecartas por un lateral y teniendo cuidado de no dañar el interior.
Cuando por fin cumplió con todos los requisitos previstos, extrajo una cuartilla, en color rosa aromatizada con perfume de vainilla, y leyó:
“Estimado Mario:
Tal vez no me recuerdes, puesto que sólo nos vimos en pocas ocasiones pero aún así guardo la esperanza de lo contrario porque, en todas ésas oportunidades, me pareció advertir en tu mirada una notoria curiosidad hacia mi persona. Yo soy Gabriela, amiga de tu ex novia Silvina y te ruego no me tomes ni por una loca ni una desubicada. A mi edad, no puedo permitirme demoras absurdas por culpa de obsoletos convencionalismos. Tengo prisa, apuro por ser feliz, por aprovechar las coyunturas que la vida me presenta y no voy a dejar que un orgullo desmesurado o una lealtad mal entendida me impida manifestar mis sentimientos: Me gustás, Mario. Me gustás mucho. Desde el primer día que te vi e incluso de antes, cuando mi amiga me contaba cosas de vos y me refería lo especial que eras y lo feliz que la hacías. Ahora que ya no estáis juntos decidí jugármela por vos porque, de no ser así, me arrepentiría siempre. Intuyo que a tu lado puedo volver a enamorarme y sentirme como una mujer plena, recuperando esa sensación de efervescencia existencial que perdí hace tanto tiempo. No quiero presionarte y únicamente te pido me des una oportunidad, que nos conozcamos, sin prejuicios, sin complejos ni reticencias. Sólos vos y yo, con un mantel de por medio y enfrentados el uno al otro. ¿Qué me decís? ¿aceptás la proposición?. Dále, no eludás el reto…..arriesgáte. A lo mejor, ni tenés que arrepentirte.
Un beso. Gabriela
Pd: te adjunto mi mail: gabiheller@gmail.com”
Terminó de leer la carta y volvió a hacerlo nuevamente, intentando rastrear, en ese proceder tan inhabitual en cualquier fémina, alguna clave que le indicara el camino a seguir. Por un lado, admiraba la extravagante valentía de la mina, de quien se acordaba muy bien (no pasaba desapercibida) y por otro, recelaba e imaginaba que todo obedecía a una confabulación entre ella y Silvina, como si la primera quisiera demostrar a la segunda lo acertado de sus advertencias sobre él en particular y todos los hombres en general, convirtiéndolos así en víctimas de su traumático divorcio y malogradas relaciones posteriores. Finalmente, desistiendo de estériles especulaciones psicológicas, dobló el papel, lo guardó en un bolsillo y se echó a dormir, sonriente y con la satisfacción de estar viviendo algo que por lo normal, jamás sucede.