- Graciela, así no podemos seguir.... - declaré
- no te entiendo - dijo ella con una asomo de miedo en los ojos
- así....es que siempre pasa lo mismo....estoy en la cocina preparando algo y aparecés vos sin ropa a rondarme y claro, yo no soy de piedra, y terminamos siempre acá, en esta cama.....
- ah, era eso - respiró aliviada - andá vení, que como te gusta decir: "no sólo de pan vive el hombre".
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Como de costumbre, me había despertado antes que Graciela, asi que aproveché para salir a la calle. Compré el diario, una docena de facturas y esas palmeritas de chocolate que a ella tanto le gustaban. Regresé a casa y ella me oyó nada más entrar:
- ¿Sos vos, Guido? - voceó desde el cuarto
- sí, soy yo.....ahora voy
Cerré la puerta de la calle con dos vueltas de llave, dejé las compras sobre la mesada de la cocina y acudí al dormitorio. Descolgué el teléfono de la mesita de luz y comencé a desnudarme. Ante la mirada curiosa de Graciela, me anticipé a su previsible pregunta y contesté:
- compré factura y el diario, cerré la puerta de la calle y acabo de descolgar el teléfono.....te quiero en exclusiva para mí durante las próximas horas
Graciela sonrió y apartó la sabana para que contemplara su cuerpo desnudo
- Soy toda tuya
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Cuando Graciela se subió al stepper, yo me fui a la cocina. Sabía que tenía para media hora allí arriba, subiendo y bajando, así que me puse a leer el Clarín. Digo a la cocina porque desde allí, sentado en la mesa, tendría una visión directa de ella ejercitándose en mitad del comedor.
Cada tanto, la observaba, y ella me devolvía la mirada.
Luego de veinte minutos Graciela empezó a transpirar. Como siempre le ocurre, al cabo de ese tiempo de ejercicio, comenzó a quitarse la ropa: la parte de arriba del equipo de gimnasia, luego la remera, hasta quedarse en corpiño (son las ventajas de hacer gimnasia en casa). Yo miraba su streap tease casual, y seguía leyendo.
A la media hora, ya estaba exhausta. Se bajó, estiró los músculos de las piernas, y se dirigió al baño a darse una ducha. No pudo alcanzar su objetivo, porque yo la intercepté en el camino
- Ni loco te dejo escapar así, en corpiño y toda transpirada - y le pasé la lengua por el cuello- estás salada
Luego, la probé toda.
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"Es peligroso inventar cuentos. Si resultan buenos terminan por hacerse realidad, después de un tiempo se trasmiten, y entonces ya no importa si fueron inventados, porque siempre habrá alguien que después los haya vivido". Edgardo Cozarinsky
sábado, 26 de marzo de 2011
jueves, 17 de marzo de 2011
Débil
Si en aquella ocasión engañé a Ester con su mejor amiga, no fue porque no estuviera enamorado de ésta sino, simplemente, porque pude hacerlo. Amaba a mi esposa y el sexo con ella, cálido y amparado en una comodidad carente de presiones, me excitaba más que con ninguna otra. Sin embargo, mi cordura y fidelidad sucumbían ante la visión de Graciela; una imponente cuerentona de formas curvilíneas y mórbidamente femeninas ante la que ningún macho sexualmente activo podía permanecer impasible. Mis veteranos amigos sentían debilidad por las lolitas pero yo, siempre poniendo la discordancia en todo, me sentía atraído por las mujeres maduras. Quería el cuerpo de una mujer con historia, esculpido por el pasado y los conflictos, encajarme entre unas caderas que hubieran parido, sentir el tacto y el sabor de unos senos amamantados por hijos deseados, quería que me comparara triunfante con su ex marido y quería escuchar mi nombre susurrado entre gemidos por una mujer que no fuera la mía. Y sobre todo, quería que ésta, fuera Graciela.
Comencé entonces a boludear por su barrio para hacerme el encontradizo, y darle a la historia un toque casual y azarístico, pero no hubo manera. El azar no se deja tentar y, al final, tuve que mirar su número de teléfono en la agenda de mi esposa y llamarla, con la inventada y poco creíble coartada de una cita con un agente literario en un Café a cuatro cuadras de su casa. Aún así, me invitó a visitarla, aprovechando que su ex marido había llevado al hijo común al cumpleaños de un amiguito, y terminamos revolcándonos en el sofá cama y la alfombra como dos adolescentes.
Después de este primer encuentro, nos vimos otras cinco o seis veces, hasta que Ester tuvo que ser operada de un tumor en el pecho y yo asumí que era un castigo divino por culpa mía. Encendí velas en casa, rapé mis cabellos y acudí a la sinagoga a prometer a D-os que si se salvaba, no sólo iba a dejar de verme con Graciela sino que abandonaría cualquiera afán donjuanesco en lo que me restara de vida. Incluso dejaría de mirar con lascivia mamífera a cualquier mujer con talla de sostén superior a 100 y jamás de los jamases volvería a navegar por las páginas porno de Internet. Por suerte, mis súplicas fueron atendidas, y el tumor resultó ser benigno. De esto hace poco más de año y medio y en todo el tiempo transcurrido fui fiel a la palabra empeñada. Al menos hasta hoy, que mi mujer se fue con nuestra hija a visitar a sus padres en Entre Ríos y yo me encuentro paseando por Tucumán al 2000, a escasas cuadras de la casa de Graciela, con un calentón que no se me va y el celular pesándome en el bolsillo.
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Comencé entonces a boludear por su barrio para hacerme el encontradizo, y darle a la historia un toque casual y azarístico, pero no hubo manera. El azar no se deja tentar y, al final, tuve que mirar su número de teléfono en la agenda de mi esposa y llamarla, con la inventada y poco creíble coartada de una cita con un agente literario en un Café a cuatro cuadras de su casa. Aún así, me invitó a visitarla, aprovechando que su ex marido había llevado al hijo común al cumpleaños de un amiguito, y terminamos revolcándonos en el sofá cama y la alfombra como dos adolescentes.
Después de este primer encuentro, nos vimos otras cinco o seis veces, hasta que Ester tuvo que ser operada de un tumor en el pecho y yo asumí que era un castigo divino por culpa mía. Encendí velas en casa, rapé mis cabellos y acudí a la sinagoga a prometer a D-os que si se salvaba, no sólo iba a dejar de verme con Graciela sino que abandonaría cualquiera afán donjuanesco en lo que me restara de vida. Incluso dejaría de mirar con lascivia mamífera a cualquier mujer con talla de sostén superior a 100 y jamás de los jamases volvería a navegar por las páginas porno de Internet. Por suerte, mis súplicas fueron atendidas, y el tumor resultó ser benigno. De esto hace poco más de año y medio y en todo el tiempo transcurrido fui fiel a la palabra empeñada. Al menos hasta hoy, que mi mujer se fue con nuestra hija a visitar a sus padres en Entre Ríos y yo me encuentro paseando por Tucumán al 2000, a escasas cuadras de la casa de Graciela, con un calentón que no se me va y el celular pesándome en el bolsillo.
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sábado, 12 de marzo de 2011
Lo tuyo es teatro
Me había acostado a ver la tele y terminé durmiendo toda la tarde. Al despertar, me asomé al balcón y advertí, con asombro mesurado, cómo la exigua luz del ocaso apenas sobrevivía entre nubes oscuras que presagiaban tormenta y que se extendían hasta el horizonte en una infinita gama de grises. La inminencia de lluvia me animó de inmediato, como me ocurría desde aquel día lluvioso y otoñal en que nací. Así que, ansiando que se desatara el previsible fenómeno atmosférico, salí de casa para tomarme una copa en un Café cercano e intentar escribir algo. La serena contemplación de la lluvia siempre suponía un momento propicio para la inspiración y si a esto sumamos el variopinto elenco que constituía la clientela del Ombú, no es raro imaginar que en mi interior creciera la idea de perfilar un buen cuento.
Debía llevar apenas media hora garabateando frases en mi cuaderno rojo cuando Mirta entró por la puerta, casi a la carrera y mesándose sus empapados cabellos. Al principio, no reparó en mí y tomó asiento a una mesa bastante alejada de donde yo estaba. Fue recién mientras revolvía su café con leche cuando, por fin levantó la vista y me reconoció. Sonrió con amplitud y se acercó, haciendo equilibrios con la taza y el platito.
- ¿qué hacés acá? – preguntó antes de darme un beso en la mejilla
- vivo en el barrio, ¿y vos?
- andaba por el barrio
- Ah - exclamé por decir algo…
Se produjo un breve y embarazoso silencio entre ambos. Hacía una década que no nos veíamos y la última vez que lo hicimos fue en un café parecido a éste, dónde ella me dijo que necesitaba tiempo para ella misma y que nuestra relación la estaba asfixiando. En realidad lo que quería decirme y no pudo, fue que se estaba encamando con un pedante director de teatro y que me dejaba por él. Mirta fue la primera mujer que me hizo sufrir y quien me demostró, con empírico dolor, que mis dotes de enamorador no eran infalibles.
- ¿te casaste? – preguntó rescatándome del pasado
- no…..¿y vos?
- Dos veces
- ¿con…..? – inquirí sin atreverme a nombrar el nombre de él
- nooo, con ése no – contestó decidida, sabiendo que me refería al tipo por el que me había dejado y de cuya existencia yo supe apenas diez días después de que me abandonara, cuando mi amigo el turco Ohayon los vió pasear de la mano por Parque Rivadavia – primero lo hice con un actor y después con un médico del Hospital Italiano….eso fue antes de irme a vivir a Nueva York y divorciarme de él, claro…
- claro….¿y ahora a qué te dedicás?
- soy actriz – exclamó con indisimulado orgullo – justo en estoy días estamos representando una obra en el Paseo La Plaza…..¿no me viste en los carteles publicitarios?
- no, no sigo mucho la cartelera…
- tenés que venir…..es una obra bárbara, un poco existencialista ….de pensar ¿viste?
- claro….de pensar (“de pensar en no volver nunca más al teatro” fue lo que pensé en ese instante)
- che, ¿por qué no venís esta noche a vernos y después cenás con mi novio y conmigo? Ya verás lo bien que te va a caer….es un tipo divino….¡tan inteligente, tan culto…¡ además, es el director de la obra….dále, vení ¡ vení ¡
Yo no sabía que responder, no porque no estuviera seguro de no querer ir, sino porque ninguna excusa viable acudía a mi mente. Sin embargo, esta falta de entusiasmo por mi parte, lejos de detenerla, la alentó más en su empeño, a todas luces excesivo, porque la viese en escena y conociera a su novio.
- ¿tenés celular?
- no, me lo dejé en casa – mentí, imaginando nada bueno
- es que el mío se quedó sin batería….¿acá tienen teléfono?
- sí, al fondo…junto a los baños
- bueno, esperáme que llamo a Darío y digo que no haga planes para después de la función, y que reserve mesa en un restaurante…hay cerca del teatro uno armenio, que te va a encantar
- dale, andá tranquila…
No bien Mirta desapareció de mi campo visual, me levanté a toda prisa y aboné las consumiciones al mozo antes de encarar la calle. Llovía copiosamente y un aire fresco soplaba con escasa piedad, levantando hojas del suelo y obligándome a caminar pegado a pared. Pero nada de esto importaba. Sólo quería llegar a mis dos ambientes y tirarme en el sofá a ver la tele, olvidar la conversación reciente y no dejar que el tiempo lluvioso me trajera nostalgias. Porque si hacía tiempo que dejé de ser boludo, de ser sentimental, nunca terminé de curarme
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Debía llevar apenas media hora garabateando frases en mi cuaderno rojo cuando Mirta entró por la puerta, casi a la carrera y mesándose sus empapados cabellos. Al principio, no reparó en mí y tomó asiento a una mesa bastante alejada de donde yo estaba. Fue recién mientras revolvía su café con leche cuando, por fin levantó la vista y me reconoció. Sonrió con amplitud y se acercó, haciendo equilibrios con la taza y el platito.
- ¿qué hacés acá? – preguntó antes de darme un beso en la mejilla
- vivo en el barrio, ¿y vos?
- andaba por el barrio
- Ah - exclamé por decir algo…
Se produjo un breve y embarazoso silencio entre ambos. Hacía una década que no nos veíamos y la última vez que lo hicimos fue en un café parecido a éste, dónde ella me dijo que necesitaba tiempo para ella misma y que nuestra relación la estaba asfixiando. En realidad lo que quería decirme y no pudo, fue que se estaba encamando con un pedante director de teatro y que me dejaba por él. Mirta fue la primera mujer que me hizo sufrir y quien me demostró, con empírico dolor, que mis dotes de enamorador no eran infalibles.
- ¿te casaste? – preguntó rescatándome del pasado
- no…..¿y vos?
- Dos veces
- ¿con…..? – inquirí sin atreverme a nombrar el nombre de él
- nooo, con ése no – contestó decidida, sabiendo que me refería al tipo por el que me había dejado y de cuya existencia yo supe apenas diez días después de que me abandonara, cuando mi amigo el turco Ohayon los vió pasear de la mano por Parque Rivadavia – primero lo hice con un actor y después con un médico del Hospital Italiano….eso fue antes de irme a vivir a Nueva York y divorciarme de él, claro…
- claro….¿y ahora a qué te dedicás?
- soy actriz – exclamó con indisimulado orgullo – justo en estoy días estamos representando una obra en el Paseo La Plaza…..¿no me viste en los carteles publicitarios?
- no, no sigo mucho la cartelera…
- tenés que venir…..es una obra bárbara, un poco existencialista ….de pensar ¿viste?
- claro….de pensar (“de pensar en no volver nunca más al teatro” fue lo que pensé en ese instante)
- che, ¿por qué no venís esta noche a vernos y después cenás con mi novio y conmigo? Ya verás lo bien que te va a caer….es un tipo divino….¡tan inteligente, tan culto…¡ además, es el director de la obra….dále, vení ¡ vení ¡
Yo no sabía que responder, no porque no estuviera seguro de no querer ir, sino porque ninguna excusa viable acudía a mi mente. Sin embargo, esta falta de entusiasmo por mi parte, lejos de detenerla, la alentó más en su empeño, a todas luces excesivo, porque la viese en escena y conociera a su novio.
- ¿tenés celular?
- no, me lo dejé en casa – mentí, imaginando nada bueno
- es que el mío se quedó sin batería….¿acá tienen teléfono?
- sí, al fondo…junto a los baños
- bueno, esperáme que llamo a Darío y digo que no haga planes para después de la función, y que reserve mesa en un restaurante…hay cerca del teatro uno armenio, que te va a encantar
- dale, andá tranquila…
No bien Mirta desapareció de mi campo visual, me levanté a toda prisa y aboné las consumiciones al mozo antes de encarar la calle. Llovía copiosamente y un aire fresco soplaba con escasa piedad, levantando hojas del suelo y obligándome a caminar pegado a pared. Pero nada de esto importaba. Sólo quería llegar a mis dos ambientes y tirarme en el sofá a ver la tele, olvidar la conversación reciente y no dejar que el tiempo lluvioso me trajera nostalgias. Porque si hacía tiempo que dejé de ser boludo, de ser sentimental, nunca terminé de curarme
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