domingo, 31 de enero de 2010

Lencería fina

Mauricio miró a Silvia, que dormía con placidez a su lado, y pensó que se había dejado llevar, una vez más, por sus impulsos en lugar de su conciencia. Acababa de cometer una locura y ahora, que ya estaba hecho, se preguntó cómo podía ser tan previsible en sus actos. Apartó entonces las sábanas y salió de la cama. Buscó un cigarrillo en la mesita de luz, lo encendió y empezó a fumar, mirando a esa mujer que con tanta facilidad despertaba su incontrolable deseo. Entrada ya en la cuarentena, de estatura mediana, figura atlética y voz cálida, no pasaba inadvertida. Sin embargo, no era únicamente su atractivo lo que le seducía de ella, sino también una cierta candidez y la simplicidad con que encaraba la vida. Para Silvia todo resultaba sencillo y él, en cambio, ni siquiera tenía el temple suficiente para resistir sus ganas de acostarse con ella. Pero esto debía acabar. No podía ser que, tanto tiempo después de haber sido novios, no pudiera oponerse al capricho de ella por tenerlo en su cama. Estaba harto de sucumbir al antojo ajeno y le atormentaba ver flaquear su voluntad en cuanto ella le acariciaba el pelo o lo besaba. En esos instantes comenzaba a imaginar la lencería que llevaría puesta, rememoraba las curvas de su cuerpo, escenarios donde se habían amado y detalles íntimos que espoleaban su erotismo hasta la urgencia, traspasando el punto de inflexión del no retorno. Siempre se repetía la misma dinámica; ella lo provocaba y el se rendía.

- ¿Me prendés un cigarrillo, querido? – le pidió ella, recién despertada y sacándolo de sus meditaciones

- Hacélo vos, yo voy a preparar café – contestó Mauricio, tirándole el paquete y el encendedor sobre la cama

Cuando regresó de la cocina, portando la cafetera y dos tazas, Silvia había terminado de fumar y lo esperaba destapada, con las piernas flexionadas y las manos cruzadas tras la nuca.

- ¿Te gusto? – preguntó tentadora e insinuante

- Tomá – le alcanzó sonriente una taza de café eludiendo la pregunta

Al acabar de bebérselo volvió a la carga donde lo había dejado

- No me contestaste

- ¿Querés otro?

- Después, ahora quiero otra cosa – respondió, poniéndose en pie de un brinco

Con erótica maestría, Silvia pegó su cuerpo al de su amante y empezó a besarle el cuello mientras con las uñas le acariciaba suavemente el torso. Sabía lo que le gustaba a Mauricio y no tardó en advertir, de un modo inequívoco, que él ya estaba preparado para el ejercicio copulativo. Tomándolo de la mano, lo condujo a la cama, sin poder contener el agrado que le producía la docilidad masculina y su ingenuidad: el pobre, pensaba que esto no era amor sino, sólo sexo.

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viernes, 29 de enero de 2010

Pedigrí

Como cada mañana había salido a caminar y, de regreso, me detuve en un parque cercano a casa. Acababa de comprar el diario y me apetecía sentarme a leerlo, disfrutando del tibio sol primaveral, el trino de los pajaritos y las furtivas miradas a muchachas en pantalón corto que hacían footing. Así que elegí un banco cualquier y, siguiendo con la costumbre, comencé la lectura por atrás, a lo hebreo. Tras echar un vistazo a la Programación, Espectáculos, Cultura, Necrológicas y pasando por alto Economía, iba a abordar los Deportes cuando una voz cercana me interrumpió:

- ¡Mimí, no molestes al señor!
Alcé los ojos y me encontré con una cincuentona avanzada que reprendía a un bulto peludo, y marrón oscuro, sobre el que destacaba un trozo de tela en color fucsia.
- ¿Le ha molestado? – se interesó la señora dirigiéndose a mí
- No, no pasa nada
- Se ve que a usted le gustan los perros…
Asentí tímidamente sonriente, pensando dónde estaría el perro porque allí, lo único yo veía, era una rata de pelo largo con un ridículo lazo en la cabeza olisqueando mis zapatos
- Mimí tiene pedigrí ¿sabe usted? - me informó orgullosa
- Ah – respondí por educación
- Su madre fue campeona de España.....Es una perrita ¿sabe? Y le puse Mimí en recuerdo de mi madre, que falleció hace ya cinco años
- Ah – volví a repetir, reprimiendo las ganas de decirle que me importaba un bledo la perrita, su pedigrí y la madre que la parió

Intenté retomar la lectura pero fue imposible, porque enseguida volvió a la carga
- Tengo que tener mucho cuidado y vigilarla. Aquí vienen muchos perros mestizos, y no quisiera encontrarme con un embarazo indeseable ¿sabe?-“Pues como no la embarace el ratón Mickey” pensé – Así que no le quito ojo y muchas veces, tengo que traerla con correa…
- Qué interesante - exclamé sin entusiasmo

Contrariamente a mi intención, de se esfumara y dejara leer en paz, la jovata tomó asiento al lado mío y comenzó a aleccionarme sobre temas perrunos; desde los pormenores de los concursos de belleza, hasta las enfermedades específicas de cada, pasando por los precios de los diferentes tipos de pienso o las nuevas colecciones de ropa. Yo la escuchaba sin prestar atención, por mera cortesía, y más ocupado en inventarme una excusa para largarme que en cualquier otra cosa. Por suerte, cuando más agobiado me sentía, el azar vino a mi rescate en forma de inesperada llamada a teléfono móvil. Atendí presuroso y ansioso como un naufrago ante un salvavidas, mientras ella se apartaba un par de metros y me concedía una mayor intimidad. Nada más terminar (era mi madre pero daba igual quien fuera, porque ya me sabía salvado) la pesada volvió a acercarse, sonriente y con la memoria sin duda refrescada con nuevas anécdotas de Mimí para compartir. A esas alturas, yo ya había aguantado más de lo soportable, y no iba a cometer un nuevo error desaprovechando la oportunidad presentada por lo que, poniéndome en pie, le solté sin mayores miramientos:

- Discúlpeme, señora, pero me tengo que ir urgentemente. Trabajo en una perrera ¿sabe? (le tomé la interrogación prestada) y acabamos de recibir una remesa de perros con pedigrí a los que tenemos que sacrificar sin demora..
La reacción fue inmediata, y no hizo falta ahondar en más detalles. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y en la cara se le dibujó una torcida mueca de espanto. Alarmada, agarró presurosa a Mimí en brazos y salió disparada. Me quedé mirándola, satisfecho de mi ocurrencia y sorprendido de que, a esa edad, se pudiera correr tan rápido.

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martes, 26 de enero de 2010

En el Bristol (un día de lluvia)

Sobre la ciudad caía una lluvia mansa que me empujó a la calle. En semejantes días siempre sentía el impulso de pasear, respirar el sano aire limpio de contaminación y notar sobre mi cabeza la fina llovizna tan buena para el pelo, según la creencia popular. Sin embargo, como si algún demonio celara de mi sencillo placer, de pronto se desató una tormenta que me hizo imaginar lo que vería Noé al mirar por el ojo de buey de su camarote en el arca, e imitando a los demás transeúntes corrí a refugiarme en el Café más próximo; el Bristol.
El local, tenía cierto abolengo destartalado, con espejos manchados, madera oscurecida por el tiempo, mesas de mármol carentes de brillo y un suelo ajedrezado en baldosas blancas y negras que me recordaba al de mi cocina. Por lo demás, no dejaba de ser uno de esos Cafés que un día tuvieron esplendor y ahora conservaban el encanto de la decadencia, muy apreciada por bohemios y soñadores.
A pesar de que afuera llovía, había un gran número de mesas desocupadas por lo que no me costó encontrar una vacía. Me senté, eché una ojeada a la clientela y enseguida encendí un cigarrillo mientras esperaba al mozo. No fue hasta el primer trago de whisky que caí en la cuenta que la gente hablaba en voz baja, como si el fenómeno atmosférico les hubiera asustado, evidenciando la supervivencia de nuestro lado animal ante miles de años de civilización. Al siguiente trago, reparé en una treintañera morocha, distante a apenas dos mesas y que tomaba lo mismo que yo: jugo de Escocia. Tal vez por la coincidencia, o acaso porque estaba muy buena o quizás porque a ambas cosas se añadía el hecho que me miraba, de inmediato sentí una corriente de simpatía hacia ella. En vano intenté dejar de mirarla pero, era extraordinariamente atractiva y me pareció un verdadero desperdicio verla allí sola, con la única compañía de un vaso de whisky. Armado de valor y contraviniendo a mi carácter (soy habitualmente tímido), me acerqué hasta ella.

- ¿Te puedo invitar a otro whisky? – le pregunté mostrando mi vaso tan vacío como el suyo. – te aseguro que es la primera vez que hago esto - añadí
- ¿por qué no?
- Me llamo…..
- Sé cómo te llamás – me interrumpió – Yo soy Alma, Alma Franckel, y te digo mi apellido porque yo conozco el tuyo…..¿vos creés en las casualidades?
- Prefiero creer que todo ocurre por algo..
- Claro, por eso hoy es la primera vez que entro en este lugar y justo ayer empecé a releer tu antología de cuentos “Señor, dáme una tregua”…así que me gusta pensar en la sucesión de azares, complementarios, que permitieron este encuentro, cuyo significado escapa a mi capacidad de comprensión porque, desgraciadamente, no tengo dotes de vidente…
- Entonces tendremos que tomarlo como un desafío, ¿no te parece?
- Sí, pero primero me tomaría otro whisky

Tomamos un segundo, un tercero y charlamos largo y tendido hasta despedirnos, con un apretón de manos, intercambio de tarjetas y una cita para cenar dos días más tarde.
Camino de mi casa, reviviría el encuentro muchas veces, acariciando el relieve de su nombre impreso, y procurando no pisar charcos.
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domingo, 24 de enero de 2010

Ruptura

Frente a frente, en una mesa de Café, se miraban a los ojos sintiendo el temor ajeno y el incómodo nerviosismo propio. Tenían que hablar pero temían hacerlo. Aún cuando eran conscientes del trayecto recorrido desde su amor inicial hasta esta actual situación, su interior anhelaba no dar vida al doloroso “Qué lástima….todo hubiera podido ser de otra manera”. Cada uno guardaba algo que decir y cada uno deseaba que el otro expresara una opinión contraria y una declaración de fe por arreglar las cosas. Ella se moría por que él le agarrara la mano y la acariciara con sus dedos fuertes siempre cálidos. El, dominaba las ganas de besar esos labios que tanto había besado sin cansancio.
- Yo no puedo esperarte mientras estés fuera del país – dijo ella de repente
- Estás en tu derecho
- No es que no te quiera sino justamente por eso, porque te quiero, pero Ya y Ahora. Estoy cansada de esperar…..esperé por demasiadas cosas en la vida y me cansé.
- Está bien, pero yo no puedo desaprovechar esta beca. Es mi oportunidad para un futuro mejor
- Entendéme, yo dejo la puerta abierta pero no puedo garantizarte de que, cuando regresés, ésta no esté cerrada para vos
- Te quiero, y no soy tan egoísta como para pedirte que ralenticés tu vida por mí. Respeto tus decisiones y no quiero interferir en ellas pensando únicamente en mí. Vos tenés que hacer lo que querás hacer…fuiste dependiente demasiado tiempo y te toca, ahora o nunca, romper con esa tendencia
- Lo sé
- Voy a guardar un cariñoso recuerdo de vos
- Yo también
Se pusieron de pie, se dieron la mano y ella corrió hacia la calle para que no ponerse a llorar allí mismo. El, volvió a sentarse y pidió un whisky doble; necesitaba apagar lo que le quemaba por dentro.

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PD: La repetición de "no puedo", tres veces en tan poco espacio, fue a propósito.

jueves, 21 de enero de 2010

Sucedió una tarde

Pasar las tardes encerrado en mi pequeño apartamento me resultaba algo insufrible. Por eso, apenas el sol daba una tregua, salía afuera y perdía el tiempo vagabundeando por las muchas callecitas laterales que brotaban de la ancha avenida que partía el barrio en dos. Fuera del circuito de lerdas caravanas de vehículos, riadas de viandantes apurados y vistosas fachadas de edificios del XIX, me reencontraba con el encanto del Madrid de antaño, con sus pequeños comercios, viejitos con boina y amas de casa que paseaban a sus pequeños perros. Cada tanto, hacía parada en alguno de esos bares de toda la vida, donde servían vermú de grifo rebajado con seltz, café helado en frascas de vidrio y el camarero se llamaba invariablemente Manolo, antes de continuar con mis caminatas. Cuando por fin regresaba a casa, lo hacía con una agradable fatiga que no sólo me ayudaba a dormir mejor por las noches sino que, también, mitigaba mi desasosiego existencial perpetuo (en realidad yo salía a caminar esperando encontrar estímulos imprevisibles para mi vida).
Una de ésas tardes, encontré en mi camino un restaurante argentino que acababa de abrir hacía pocas semanas. Había pasado por la puerta en varias oportunidades pero nunca me había decidido a entrar. Ése día por fin lo hice, movido por el estímulo inmediato de comerme una empanada de carne. El local en sí, no tenía nada de extraordinario: paredes brillantes en pintura plástica blanca, mobiliario moderno de líneas redondeadas en colorida trilogía amarilla, roja y azul, un aparato de aire acondicionado que se anunciaba en forma de viento polar y un par de afiches con fotos de Cataratas y Calafate. Era todavía temprano y casi no había clientes. Tomé asiento a una mesa que daba a la calle y encargué dos empanadas de carne y una cerveza Quilmes. Mientras comía, descubrí sobre una de las mesas un diario argentino, concretamente El Clarín. Pedí permiso para agarrarlo y me puse a leerlo, comenzando por las tiras cómicas de la última página, siguiendo por las Necrológicas, Cultura, Internacional y Deportes. Pasé por alto Economía y justo iba a empezar con Nacional cuando noté que una chica me observaba. Esta primera impresión me desconcentró y, a pesar de que disimulaba, se me hicieron evidente sus reiteradas miradas. Estaba seguro de no conocerla de nada, por eso no pude evitar inquietarme un poco cuando la ví, con una copa de vino en la mano, acercarse hasta donde yo estaba.

- Disculpá que te moleste ¿vos no sos Marcelo Treves? – preguntó con acento porteño para, a continuación añadir – ¿el autor de “Vanidades vetustas y otros cuentos”?

Años atrás, en mi país, yo había ganado un importante premio literario con ese libro, recibiendo todo tipo de lisonjas por parte de la crítica especializada: “una imaginación fértil, cargada de matices que producen un resultado fascinante” (Sergio Petrocci, de Página 12), “Treves interpreta la realidad de un modo singular y personalísimo dotando a sus cuentos de una musicalidad que entronca con la mejor tradición argentina” (Esteban Kaminsky, en Clarín), “una brillante incursión por la ironía” (Carlos Casanova, Letras con Mayúsculas).
Por desgracia, los buenos augurios y las expectativas unánimes no encontraron confirmación futura y mis siguientes títulos pasaron sin pena ni gloria, relegando mi nombre a un merecido olvido y provocando la atrofia definitiva de mis impulsos creativos.

- ¿No me digás que vos lo compraste? – respondí, un tanto engreído y fingiendo más sorpresa de la que en realidad sentía.
- Sí, me lo regaló mi mamá. Después yo me compré “Ordinaria Ordinariez; cuentos para el colectivo” y tu única novela: “Alma”
- Mirá vos ¡ yo pensé que sólo mis tías compraban mis libros!, y decíme ¿qué cuento te gustó más de “Vanidades vetustas”?
- “Pena Grande”, sin duda. Me encanta cómo diseccionás psicológicamente al protagonista, cómo, ante la desintegración de su mundo, éste va aceptando estoicamente todo lo que le pasa…y te tengo que confesar que según iba leyéndolo, miraba una y otra vez tu foto en la solapa del libro, especulando sobre cuánto podría tener de autobiográfico o si se trataba de mera empatía hacia la problemática de un personaje
- ¿Y a qué conclusión llegaste?
- Bueno, mi mamá decía que, aún cuando utilizabas la tercera persona, en realidad estabas hablando de vos mismo pero yo me decantaba por la segunda opción. Eso sí, con la sospecha de que algunas de esas sensaciones no te eran del todo ajenas.
¿Tengo razón?
- O no. En todo caso comprenderás que, como autor, no puedo resolverte el dilema. Sería como una traición hacia mi mismo y sobre todo hacia mi personaje, una especie de violación de la confidencialidad que le debo.

Continuamos hablando un rato más de libros antes de pasar a otras cuestiones. Me miró con gran desconcierto cuando le dije que había cambiado la literatura por la seguridad de un trabajo fijo y, bastante menos, al enterarse que estaba soltero porque, según ella, un individuo con un universo interior como el mío debía verse asfixiado conviviendo con alguien, salvo que ésta persona fuera alguien muy especial, lo cual sucedía en contadas ocasiones. Además, hacía rato que se había dado cuenta de que no llevaba alianza y apenas prestaba atención a las mujeres que pasaban por la calle, al otro lado del cristal.

- ¿Siempre sos tan observadora?
- Si tengo interés, sí.

Ella, más allá del atractivo que saltaba a la vista (morena, no muy alta pero bien proporcionada, ojos verdes, pelo oscuro y un sugerente lunar junto a la boca) era pediatra, llevaba apenas un par de semanas en Madrid y a principios del siguiente mes se incorporaba a una conocida clínica privada del barrio de Salamanca. En Buenos Aires, acababa de sufrir el asalto a su departamento y el robo de su coche a punta de pistola, lo que la decidió a un cambio aires para recuperarse del trauma sufrido.

- Bueno, fue un inmenso placer conocerte pero, me tengo que ir – dijo al cabo de un rato
- ¿Te voy a volver a ver?
- Si tenés interés, sí aunque, tengo que advertirte de una cosa; si eso sucede, yo voy a hacer que volvás a escribir.
- Me estás asustando
- Todo tiene un porqué – contestó enigmática para después anotarme el número de su móvil en una servilleta de papel y darme un beso en la mejilla.

Antes de salir por la puerta se volvió para mirarme, sonriente y dejándome con una duda hoy felizmente despejada: Saber cómo le quedaría un bebé nuestro en los brazos.

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martes, 19 de enero de 2010

Cuando más lo necesitas

Por aquél entonces, dejaba pasar el tiempo, los días, sin preocuparme por existir. Me sentía ligero, impermeable a todo aquello en que no quería pensar (prefería olvidar tristezas y no ofender a la vida), flotando en enormes nubes oníricas alimentadas por el alcohol y sucumbiendo a ensoñaciones diurnas de más que dudosa materialización. Era un hombre totalmente libre, en el sentido que me sentía totalmente desposeído. En mis poco más de cuarenta años de vida, lo había ido perdiendo todo y por fin había aceptado, de modo estoico y resignado, la fatalidad de un destino impuesto. Divorciado, con un hermano viviendo a miles kilómetros y sin otros parientes, ni amigos ni siquiera un animal de compañía, mi única responsabilidad radicaba en entregar puntualmente los artículos en el periódico que me pagaba. No tenía más necesidades que las puramente fisiológicas y mis ambiciones de antaño reposaban en cadáveres de novelas apilados en algún oscuro cajón de mi escritorio (me acometía una terrible fatiga intentar resucitarlas y mis juveniles recuerdos de lograr la fama literaria eran algo tan lejano como la última vez que me dijeron “te quiero”).
Inmerso en semejante plenitud de la nada y con los sentidos cada vez más aturdidos, un suceso, en apariencia inocuo, vino a sacudir mi existencia de un modo insospechado: a la redacción de “El heraldo porteño”, llegó un sobre a mi nombre. No era muy habitual que me remitieran correo a la dirección del diario pero, ocasionalmente, algún lector me escribía unas letras, generalmente para insultarme. Por eso, no tuve prisa en abrirlo y lo dejé con cierta aprensión sobre un montón de papeles que se apilaban temerarios sobre mi mesa. No fue hasta casi el mediodía que volví a acordarme de él. “Dale, abrílo, lo peor que te puede pasar es que lleve polvos de ántrax y con un poco de suerte, no pasa de ser otro loco que te llama comunista o judío maricón”. Sin embargo, no lo abrí inmediatamente sino que demoré unos instantes en observarlo con mayor atención: marrón claro, con mi nombre, la dirección del periódico y un reducido remitente de tres letras R.A.L. escritos a máquina. Hasta ahí, nada llamó mi atención, hasta que caí en la cuenta de un detalle que hasta entonces había pasado por alto; del sobre emanaba un ligero aroma de vainilla. “¿Qué clase de perturbado envía un sobre perfumado”?. Para concretar más, aspiré ostentosamente un par de veces y determiné que era un perfume de mujer, probablemente de la marca Calvin Klein. “Al menos es una loca con buen gusto”. Por alguna razón, me tranquilizó que el remitente fuera una mina y sin más dilaciones procedí a abrirlo. Corté uno de los laterales con las tijeras y del interior extraje tres finas hojas cuidadosamente dobladas, numeradas en el margen superior derecho y escritas con una elegante letra que de inmediato me hizo pensar en una persona equilibrada e inteligente. Leí con interés el texto y volví a releerlo antes de volver a mirar en el interior del sobre. En la PD, junto a una dirección de correo electrónico, se me advertía de la existencia de una foto suya que rescaté del fondo, donde se había quedado pegada. En ella, vi a una mujer entrada en la treintena, más atractiva que linda, con el pelo claro recogido en una coleta, anteojos de fino cerco dorado e inmaculada camisa blanca leyendo El heraldo. Había sido tomada de cerca y mostraba a la cámara uno de mis artículos, con mi y nombre impreso en el papel. Pero más que eso, lo que de verdad me gustó, fue poder analizar en detalle los rasgos de esa mujer que momentos antes era una completa desconocida y que, a partir de entonces, me pareció conocer desde siempre. No voy a revelar lo que ponía la carta pero sí diré que desde ese mismo instante, mi vida cambió por completo. Me casé con ella (Romina), tuvimos un par de hijos, retomé mis novelas yacentes y terminé publicándolas, junto con otras nuevas, en el mismo sello editorial.
Con esto, no pretendo dar envidia a nadie, sino alentar a todos aquellos cuya vida se quedó corta en comparación con su ideal porque, las desventajas cambian merced al destino y porque, como escribió alguien más listo que yo: “La vida es tantas cosas y la mitad nadie las sabe”.

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domingo, 17 de enero de 2010

No son horas de llamar

Llevaba meses sin trabajar, viviendo de los ahorros y quedándose todo el día en la cama, leyendo, abanicándose y bebiendo cerveza fría. Había perdido más de diez kilos de peso y la ropa le sentaba como si me la hubiera prestado un amigo entrado en carnes aunque tampoco importaba mucho, porque apenas si salía de casa. Nada le importaba y su única pretensión era escapar de la indiferencia y el sopor insensible derivado de una pena de amor mal curada. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo y sus actos iban en dirección opuesta a sus intenciones declaradas, poniendo de manifiesto su incapacidad para zafarse de una dinámica ya patológica. Era cada vez más consciente de estar alejándose de la realidad (y de los demás) y temía, en angustiosos arrebatos de conciencia, traspasar irremediablemente el umbral de la locura. No olvidaba, que una hermana de su padre había muerto en un psiquiátrico y sacudía la cabeza para no especular acerca de los inescrutables caminos de la genética y la insania mental. Ser infeliz no era poco, y él se conformaba con no ser pretencioso.
Una noche, intoxicado de alcohol más que de costumbre (la ingesta de cerveza y whisky aumentaba a medida que disminuía sus esperanzas) llegó hasta el teléfono, arrastrado por su anormalidad emotiva y unos impulsos no reprimidos. Marcó un número memorizado y esperó:

- ¿Hola? – contestó una voz femenina
- Hola, querida – dijo conteniendo la risa
- ¿quién te dio éste número? – preguntó alarmada y casi gritando
- Aahhhh, yo no soy ningún soplón
- ¿Estás borracho?
- Nooo, para naaada, estoy lúcido como si no existiera, que escribió el poeta
- Mirá, no se cómo conseguiste el número ni porqué llamás pero nosotros ya no tenemos nada de que hablar
- Eepa, ¡qué suspicaz que me saliste¡ sólo quería saber cómo andás, de buena onda
- No tengo nada que decirte, así que te voy a colgar. Olvidáte de que existo y….
- ¿Estás sola? – la interrumpió
- Eso no es asunto tuyo
- Dale, pasámelo que quiero darle unos consejos para cuando esté con vos en la cama ¿estáis en la cama ahora mismo?
- Dejáme en paz, chau
- No colgués, no colgués – imploró, antes de añadir – sólo quería decirte que todavía pienso en vos y que podríamos quedar algún día, como amigos nomás, para tomar un cafecito y ponernos al día ¿no?
- Mirá, vos estás en pedo por partida doble si te pensás que quiero volver a verte. Para mí no sos nada, estás muerto, aunque ahora te mamés unos tragos y te de por telefonearme. Andá a dormir la mona y mañana empezá a cambiar de vida o moríte, pero desaparecé para siempre de la mía
- O sea, ¿Qué ya no me querés? Mirá vos, qué pena, che porque iba a contarte un secretito que te iba a encantar. Bueno, mirá, te lo voy a contar igual, por los tiempos pasados ¿viste?. Me estoy cogiendo a tu amiga Mabel – mintió - ¿no decís nada? – interrogó tras una pausa. No sabés cómo se mueve, nada que ver con una frígida como vos. Lástima que no la hubiera conocido antes, porque seguro que ahora tendríamos dos o tres chicos correteando por la casa. Uy, perdón, qué poco tacto por mi parte, me olvidaba que vos no podés tener hijos. Bueno, no te preocupés, ahora eso de las adopciones es mucho más fácil que antes
- ¡Andáte a la puta que te parió y hacéte un enema, pelotudo! – colgó con violencia

A la mañana siguiente, amaneció con una intensa resaca y la certeza de haber hecho el imbécil. La angustia de la culpabilidad crecía a cada momento y de poco valían los Alka Seltzer y el jugo de tomate con sal para los males del alma. Tenía ganas de morirse y se debatía con vergüenza ante la perspectiva de volver a telefonearla para pedirle perdón. No sabía qué hacer, así que no se le ocurrió otra que echarse a dormir, olvidarse de sí mismo y de lo sucedido, como si no existiera, como si lo de anoche no hubiera pasado nunca. Cuando despertó, seis horas más tarde, comprendió que ya había tocado fondo, que esa llamada supuso un punto de inflexión, un antes y un después en el mal que le aquejaba de unos meses a esta parte (desde que ella le había dejado) y que si no se levantaba en ese momento, nunca más lo haría. Las oportunidades de redención no se presentan a diario y menos cuando la puerta está casi siempre cerrada.
Súbitamente lúcido y animado, se duchó, vistió y bajó a la calle a tirar todas las botellas y el teléfono al tacho de la basura. Sentía que quizás sus días aún no se habían cumplido pero debía protegerse y no recaer; las noches sin ella eran muy largas y las nostalgias, jodidamente traicioneras.

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jueves, 14 de enero de 2010

Ernesto y Sebastián

El bar era oscuro, largo y en él siempre hacía frío, como si se dejaran abiertas las puertas de entrada y del fondo y se creara corriente. A estas incomodidades, se sumaba una atención indolente, un decorado pobre que invocaba a la tristeza y el mal hábito de no tener las bebidas del todo frías. Si el local tenía algo bueno, era que casi siempre estaba vacío, razón por la cual Ernesto continuaba visitándolo de tarde en tarde.
En aquella ocasión, nada más entrar se encontró a su amigo Sebastián Levi-Minzi apoyado en el mostrador, con una copa de vino blanco delante y mirando hacia arriba en busca de terapia (“el mejor psicoanalista en un techo” había dicho o escrito alguien). El flaco se mantenía bárbaro: conservaba el pelo de un pibe, no marcaba barriga y podía pasar más por cuarentón avanzado que por cincuentón recién estrenado. Por lo demás, era uno de los más reputados directores teatrales del país y la amistad entre ambos se remontaba a los lejanos días de compartida vecindad y escuela, partidos de fútbol en la vereda y sinagoga los sábados por la mañana.

- ¿Qué hacés, Sebas? – lo abordó palmeándolo el hombro
- Nada, acá estamos, pensando un poco ¿sabés? – contestó con cierto misterio
- Y, no, si no me contás, no sé
- Dale, pedíte algo y nos sentamos allá – propuso señalando una mesa pegada a al ventanal
- Bueno, ahora contá – lo animó Ernesto instantes más tarde
- Ayer me fui de casa – confesó ceremonioso el otro
Se detuvo ahí y fue Ernesto quién tomó la palabra:
- A ver, dejáme adivinar; conociste a una mina, actriz, por supuesto y de la edad de tu hija, que te hace sentir importante y devolvió la pasión por vivir. A su lado te sentís otro, más joven y capaz de todo. Ah, sí y además, la pendeja no es ninguna boluda y lo vuestro no es sólo sexo, porque es muy inteligente y tiene vida interior
- ¿Por qué no te vas a la concha de la lora?!
- ¿Y qué querés? ¿Que te diga que no sos un sonso que cometés los mismos errores que cualquier pelotudo de mediana edad falto de maduración, que cambia a una mujer como la tuya porque no sabe qué carajo quiere en la vida y tiene miedo a envejecer?. Mirá, yo no te voy a dar la absolución y Mónica menos todavía. Dejá eso para los católicos. Vos bancáte la culpa y pagá lo que te toca.
- Es que ustedes no lo pueden entender
- No, a mí no me faltés el respeto y me contés milongas. Prefiero que me digás que la mina coge divinamente y que con ella descubriste el lado animal y salvaje del sexo, a que me vengás ahora con eso de que no puedo entenderlo. ¿Te pensás que sos un caso especial?. Ahí afuera está lleno de tipos en situación parecida a la tuya. Lo que pasa, es que yo pensé que vos eras más inteligente que ellos, viste. Se ve que me equivoqué, pero no pasa nada: me ocurre con frecuencia.
- Tenemos planes, ¿sabés?
- Querrás decir que ella tiene planes y vos te dejás llevar, no?. A no ser que seas tan ingenuo que pensés que sos vos quien toma las decisiones. Por favor, Sebas, que sos grande, y ser tan gil te queda feo. Es ella quien te eligió y lo mismo que te eligió te va a dejar plantado cuando le convenga.
- ¿Tan descreído sos que ya ni creés en el amor?
- ¿Vos estás en joda o me lo decís en serio?. Porque si es lo primero te lo paso pero, si es lo segundo, te mando de urgencia a mi terapeuta. No mezcles el amor con esto, que esto se llama de otra manera.

Sonrió con un lado de la boca, en una mueca a medio camino entre la ironía y la amargura antes de apurar su copa y ponerse de pie.
- Bueno, me tengo que ir, que se me hace tarde - se excusó tras mirar su reloj- No se si tenés razón, Ernesto, pero no puedo evitarlo. La amo y quiero otra vida. Puede que me salga bien o no pero lo que tengo claro es que, si no lo intento, me voy a arrepentir para siempre.
- Entonces te deseo suerte; porque todo el mundo se la merece, y porque te va a hacer mucha falta.

Se estrecharon la mano y Ernesto se quedó pensativo, mirando fijamente a la puerta después de que su amigo hubiera salido por ella. Sí, tal vez tuviera razón, pero era lo único que tenía.
- ¿Le sirvo otro vino? – le interrumpió el mozo viendo la copa vacía
- Dele. Total, yo no tengo quien me espere.

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domingo, 10 de enero de 2010

Apenas una carta

En cuanto Mario tomó aquel sobre azul en sus manos, se fijó en varios detalles que le provocaron intriga y una creciente premura por abrirlo: la ausencia de estampillas, de remitente y ver su nombre escrito en mayúsculas, con trazo inseguro y autoría inequívocamente femenina (la redondez de las letras así lo atestiguaba). Sin embargo, controló el impulso inmediato y lo guardó en el bolsillo de su saco antes de dirigirse al ascensor. Durante la subida, se entretuvo imaginando una ambientación adecuada para la lectura ansiada, que presentía tan interesante como el misterio que proponía el anonimato. Determinó que lo más idóneo sería poner algo de música, quizás Brahms, servirse un excelente oporto vintage y tomar asiento cómodamente en el mullido sofá del living. Sólo entonces estaría en condiciones de encarar la apertura de aquel sobre, rasgándolo con un abrecartas por un lateral y teniendo cuidado de no dañar el interior.
Cuando por fin cumplió con todos los requisitos previstos, extrajo una cuartilla, en color rosa aromatizada con perfume de vainilla, y leyó:

“Estimado Mario:
Tal vez no me recuerdes, puesto que sólo nos vimos en pocas ocasiones pero aún así guardo la esperanza de lo contrario porque, en todas ésas oportunidades, me pareció advertir en tu mirada una notoria curiosidad hacia mi persona. Yo soy Gabriela, amiga de tu ex novia Silvina y te ruego no me tomes ni por una loca ni una desubicada. A mi edad, no puedo permitirme demoras absurdas por culpa de obsoletos convencionalismos. Tengo prisa, apuro por ser feliz, por aprovechar las coyunturas que la vida me presenta y no voy a dejar que un orgullo desmesurado o una lealtad mal entendida me impida manifestar mis sentimientos: Me gustás, Mario. Me gustás mucho. Desde el primer día que te vi e incluso de antes, cuando mi amiga me contaba cosas de vos y me refería lo especial que eras y lo feliz que la hacías. Ahora que ya no estáis juntos decidí jugármela por vos porque, de no ser así, me arrepentiría siempre. Intuyo que a tu lado puedo volver a enamorarme y sentirme como una mujer plena, recuperando esa sensación de efervescencia existencial que perdí hace tanto tiempo. No quiero presionarte y únicamente te pido me des una oportunidad, que nos conozcamos, sin prejuicios, sin complejos ni reticencias. Sólos vos y yo, con un mantel de por medio y enfrentados el uno al otro. ¿Qué me decís? ¿aceptás la proposición?. Dále, no eludás el reto…..arriesgáte. A lo mejor, ni tenés que arrepentirte.

Un beso. Gabriela

Pd: te adjunto mi mail: gabiheller@gmail.com”

Terminó de leer la carta y volvió a hacerlo nuevamente, intentando rastrear, en ese proceder tan inhabitual en cualquier fémina, alguna clave que le indicara el camino a seguir. Por un lado, admiraba la extravagante valentía de la mina, de quien se acordaba muy bien (no pasaba desapercibida) y por otro, recelaba e imaginaba que todo obedecía a una confabulación entre ella y Silvina, como si la primera quisiera demostrar a la segunda lo acertado de sus advertencias sobre él en particular y todos los hombres en general, convirtiéndolos así en víctimas de su traumático divorcio y malogradas relaciones posteriores. Finalmente, desistiendo de estériles especulaciones psicológicas, dobló el papel, lo guardó en un bolsillo y se echó a dormir, sonriente y con la satisfacción de estar viviendo algo que por lo normal, jamás sucede.

martes, 5 de enero de 2010

Tintero azul

Mientras se concretaba alguno de mis proyectos de documentación presentados, mataba las sucesivas jornadas de parado sin prestación desayunando fuera, repasando la prensa y descubriendo autores nuevos en mi librería de referencia y títulos descatalogados en otras de lance. Me hartaba también de vagar por las calles mojadas, sin llevar nunca paraguas y soportando las estúpidas miradas reprobatorias de alguna vieja chota (como si mi actitud les afectara en algo) o del típico pelotudo a quien en su casa no enseñaron que es de mala educación quedarse mirando a la gente. Con uno de éstos, un tipo con menos carnes que un híbrido entre Patti Smith e Iggy Pop, no me aguanté más y le espeté con mi mejor cara de ogro: “¿Y vos qué mirás, tarado?”. Desvió la cabeza y aceleró el paso. Mejor para él. Por lo demás, apenas nada que reseñar; no me atraía tomar cañas solo en los bares, mi colección de películas porno tailandesas había quedado obsoleta hacía rato y mis ex amantes ni se tomaban la molestia de responder a los mensajes más o menos sutiles que les mandaba al celular. En resumen, estaba en crisis así que, para adecuarme a mi estado decadente, me resistía a afeitarme, vestía con poco esmero y sólo consumía platos enlatados. Para compensar, mermaba a conciencia mi bodega y remataba mis comidas con café a granel y una religiosa copita de oporto.
Sin embargo, en medio de un panorama donde se movía entre el color negro y una amplia gama de grises, tuve la luminosa fortuna de toparme en Internet con una entrevista al magnífico escritor argentino Pablo Rosensztein. Casi me emociono por el hallazgo. Yo siempre fui un fiel seguidor suyo, desde que descubrí su primer libro de cuentos “Variaciones de lo parecido” (que remonta el paso del tiempo a lomos de una exquisita ingenuidad juvenil) hasta su última novela “Más al norte” (2009) pasando por la elegante “Sutilezas” (1999), la que está considerada su obra maestra “Premoniciones” (2001) o las más que dignas “Maquinaciones de un cómodo” (2003), “Aburrido” (2005) y el grueso compendio de relatos bélicos “Locos son los otros” (2007) por eso, me tumbé en la cama con el portátil entre las piernas y dispuse a escuchar sus palabras.
Dado que Rosensztein es un autor de sobra conocido por los amantes de la buena literatura, paso directamente a reproducir algunos de los pasajes más interesantes de la citada entrevista. La misma, tuvo lugar en los estudios de Canal 13, en el marco del programa literario Tintero Azul, la conducción del espacio corrió a cargo del “turco” Sergio Alaluf y la fecha, corresponde al 19 de Septiembre del pasado año:

- A la gente le resulta curioso su empeño en no presentar ninguna de sus obras a concurso literario alguno ¿es una fijación, una promesa o una estudiada pose?
* No es ninguna de las tres cosas. Simplemente tengo arreglada la cuestión económica y por tanto no necesito prestarme a intrigas ajenas a mi ética. Además, yo escribo para mí y para algunos lectores, no para ganar a nadie.
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- En su obra, los personajes suelen ser individuos en busca de remisión, con ánimo de engancharse a la vida cuando parece que los trenes dejaron de pasar y de pronto asoma una locomotora allá por el horizonte ¿por qué de esta constante?
* Y bueno, supongo que arrastro influencias de la novela negra, un género que siempre me gustó y que nunca abandoné y también porque me resultan más seductores los perdedores que quieren cambiar de condición, que los eternos ganadores. Son más humanos, se prestan mejor a los matices y despierta mi curiosidad observar cómo se aferran desesperados a luchar contra los envites del azar y los rigores de una realidad poco gratificante para poder ganar, aunque sólo sea por una vez.
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- Su padre es un superviviente del Holocausto de origen polaco, su madre una afamada pintora norteamericana y usted pasó varios años en un kibbutz de Galilea ¿en qué medida piensa que este bagaje multicultural ha influido en su obra, bien apreciada en el exterior, por cierto…?
* Míre….yo soy de Letras, por lo tanto soy un hombre de metáforas y no de divisiones. Esto queda para las precisiones matemáticas, pero no para mí….Con esto le quiero decir que me sobran las etiquetas….La obra de todo autor brota inevitablemente de sus vivencias y sus circunstancias vitales. En mi caso, tuve la fortuna de vivir en varios países y tratar desde pequeño con gente de toda condición étnica y cultural, con lo cual, no me siento ajeno en casi ninguna parte del mundo pero, de en cualquier caso, le aseguro que, en el fondo, nos parecemos más que lo que indican nuestras formas. El hombre no cambia a la misma velocidad que la tecnología, y no es nada extraño que los anhelos de un indígena de Nueva Guinea coincidan bastante con los de un bombero de New Jersey.
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- Para terminar, ¿cómo ve el futuro del libro?
* Jodido, lo veo jodido. Por un lado, es cierto que cada vez se editan mayor número de títulos pero….los chicos parecen crecer cada vez menos interesados en la lectura….prefieren otros tipos de ocio que requieren menos esfuerzos, ante la casi total indiferencia de los progenitores quienes, con tal de que no les molesten cuando regresan de la oficina, los dejan hacer lo que quieren, sin implicarse activamente en su educación. Hoy en día, a un pibe de trece años le regalás “La isla del tesoro” y te lo tira a la cabeza después de mandarte una puteada…..Y si hablamos de los lectores adultos, qué quiere que le cuente ! Vió usted la lista de los más vendidos el último mes?....
- Sí, y estaba usted
- Jajajaja por eso !

lunes, 4 de enero de 2010

Matador

Silvio Viterbi es argentino, soltero, tiene cuarenta y tantos años y alterna su profesión de publicista con la docencia en una universidad privada. Sus padres, dos judíos italianos que recalaron en Bs.As. huyendo de Mussolini, provenían de la burguesía Toscana (un abuelo terrateniente, otro médico) y residen a escasas tres cuadras de su departamento. No tiene más que una hermana, cuatro años menor; Adriana y desde siempre que recuerda, hubo perro en casa. Por lo demás, nada que resulte anormal o llame particularmente la atención:
Estatura: 1,78 m
Color de ojos y cabello: miel y castaño claro, respectivamente
Número de pie: 42
Signo astral: Aries, con ascendente Capricornio
Mujeres con las que se acostó: 18
Libros que sostienen sus estanterías: 2.997
Auto que maneja: Peugeot 307
Cantantes preferidos: Andrés Calamaro y Bob Dylan
Actores favoritos: Cary Grant, Edward Norton y Billy Bob Thornton; Actrices: Mel Streep y Soledad Villamil (no sabe si es de las mejores pero sí con la que más sueños eróticos ha tenido)
Postres que le encantan: tiramisú con helado de sambayón y casi todos los que lleven frutillas, aunque sea de putos
Amigos que tiene: 3 fijos y otros tantos en órbita permanente
Zapatillas que usa: Adidas
Pantalones que más se pone: unos Levi’s etiqueta roja
Manías confesables: arrancar las etiquetas de las botellas de cerveza, leer el diario comenzando por atrás, forrar los libros, tener los lápices siempre afilados, quedarse dormido con la radio encendida
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Sin embargo, y obviando lo anterior, que por indicar indica muy poco, el tal Silvio arrastra una peculiaridad que le distingue del resto de sus coetáneos (a no ser que mañana surja alguien que me desmienta y pueda documentarlo). Algo que le convierte en único en su especie y que le hace temible: puede provocar cáncer en el prójimo. Sí, así es, a pesar de que resulte casi inverosímil. Desde hará unos diez años, el tipo viene comprobando cómo, la gente que odia va muriendo de diferentes cánceres en menos de seis meses. Al principio, Silvio no asociaba el fallecimiento de estos indeseables a otra causa que no fuera el azar pero, poco tardó en decirse a sí mismo que eran muchos muertos para que únicamente interviniera la casualidad. Los números cantaban y, de esta manera, se sucedieron: el atorrante que estafó a su viejo en un negocio, la ex mujer del tío Arrigo (al que arruinó para luego largarse con otro), el desgraciado que le robó la cartera a punta de pistola, aquél catedrático antisemita que casi le impide licenciarse o ése novio que tuvo su hermana y que resultó que estaba casado. A pesar de su horror, y no cierta satisfacción que por motivos morales eludía reconocer, esos poderes, lejos de desaparecer se acentuaron, y las siguientes víctimas fueron alcanzadas aunque el odio no se mostrara más que como algo pasajero. Así, pasaron a mejor vida; el gordo pelotudo que siempre rompía las bolas en las reuniones del consorcio, la funcionaria que no le atendió convenientemente en la Municipalidad, un tipo de la otra cuadra que maltrataba a su mujer, el coreano de al lado que dejaba la vereda llena de escupitajos, la vieja chota del cuarto A que se no hacía más que chismear o el mecánico atorrante que le arreglaba una cosa al auto y estropeaba otra para hacerle volver. Estos que supiera… porque, del fallecimiento de otros más anónimos ni se enteró, como del taxista que le quiso cobrar de más aquél día que tenía el auto en el taller y fue a ver a una novia que vivía en la Loma del Orto, el colectivero chanta que le salpicó a propósito un jueves tormentoso, el pendejo al que descubrió pintando una esvástica en la pared del edificio donde vivían sus padres o el maricón que le miraba lo que tenía entre manos mientras meaba en el baño de un cine de Corrientes, por citar unos pocos y no alargar la relación.
Voy a omitir cómo conocí yo éste secreto de Silvio Viterbi, porque es algo que queda entre los dos pero, les voy a dar un buen consejo: si lo encuentran, aléjense de él y sino, no le ofendan. De lo contrario, vayan haciendo testamento. Ah, y no lo divulguen, porque nadie va a creerles. La gente no es tan crédula... ¿o sí?.