jueves, 14 de enero de 2010

Ernesto y Sebastián

El bar era oscuro, largo y en él siempre hacía frío, como si se dejaran abiertas las puertas de entrada y del fondo y se creara corriente. A estas incomodidades, se sumaba una atención indolente, un decorado pobre que invocaba a la tristeza y el mal hábito de no tener las bebidas del todo frías. Si el local tenía algo bueno, era que casi siempre estaba vacío, razón por la cual Ernesto continuaba visitándolo de tarde en tarde.
En aquella ocasión, nada más entrar se encontró a su amigo Sebastián Levi-Minzi apoyado en el mostrador, con una copa de vino blanco delante y mirando hacia arriba en busca de terapia (“el mejor psicoanalista en un techo” había dicho o escrito alguien). El flaco se mantenía bárbaro: conservaba el pelo de un pibe, no marcaba barriga y podía pasar más por cuarentón avanzado que por cincuentón recién estrenado. Por lo demás, era uno de los más reputados directores teatrales del país y la amistad entre ambos se remontaba a los lejanos días de compartida vecindad y escuela, partidos de fútbol en la vereda y sinagoga los sábados por la mañana.

- ¿Qué hacés, Sebas? – lo abordó palmeándolo el hombro
- Nada, acá estamos, pensando un poco ¿sabés? – contestó con cierto misterio
- Y, no, si no me contás, no sé
- Dale, pedíte algo y nos sentamos allá – propuso señalando una mesa pegada a al ventanal
- Bueno, ahora contá – lo animó Ernesto instantes más tarde
- Ayer me fui de casa – confesó ceremonioso el otro
Se detuvo ahí y fue Ernesto quién tomó la palabra:
- A ver, dejáme adivinar; conociste a una mina, actriz, por supuesto y de la edad de tu hija, que te hace sentir importante y devolvió la pasión por vivir. A su lado te sentís otro, más joven y capaz de todo. Ah, sí y además, la pendeja no es ninguna boluda y lo vuestro no es sólo sexo, porque es muy inteligente y tiene vida interior
- ¿Por qué no te vas a la concha de la lora?!
- ¿Y qué querés? ¿Que te diga que no sos un sonso que cometés los mismos errores que cualquier pelotudo de mediana edad falto de maduración, que cambia a una mujer como la tuya porque no sabe qué carajo quiere en la vida y tiene miedo a envejecer?. Mirá, yo no te voy a dar la absolución y Mónica menos todavía. Dejá eso para los católicos. Vos bancáte la culpa y pagá lo que te toca.
- Es que ustedes no lo pueden entender
- No, a mí no me faltés el respeto y me contés milongas. Prefiero que me digás que la mina coge divinamente y que con ella descubriste el lado animal y salvaje del sexo, a que me vengás ahora con eso de que no puedo entenderlo. ¿Te pensás que sos un caso especial?. Ahí afuera está lleno de tipos en situación parecida a la tuya. Lo que pasa, es que yo pensé que vos eras más inteligente que ellos, viste. Se ve que me equivoqué, pero no pasa nada: me ocurre con frecuencia.
- Tenemos planes, ¿sabés?
- Querrás decir que ella tiene planes y vos te dejás llevar, no?. A no ser que seas tan ingenuo que pensés que sos vos quien toma las decisiones. Por favor, Sebas, que sos grande, y ser tan gil te queda feo. Es ella quien te eligió y lo mismo que te eligió te va a dejar plantado cuando le convenga.
- ¿Tan descreído sos que ya ni creés en el amor?
- ¿Vos estás en joda o me lo decís en serio?. Porque si es lo primero te lo paso pero, si es lo segundo, te mando de urgencia a mi terapeuta. No mezcles el amor con esto, que esto se llama de otra manera.

Sonrió con un lado de la boca, en una mueca a medio camino entre la ironía y la amargura antes de apurar su copa y ponerse de pie.
- Bueno, me tengo que ir, que se me hace tarde - se excusó tras mirar su reloj- No se si tenés razón, Ernesto, pero no puedo evitarlo. La amo y quiero otra vida. Puede que me salga bien o no pero lo que tengo claro es que, si no lo intento, me voy a arrepentir para siempre.
- Entonces te deseo suerte; porque todo el mundo se la merece, y porque te va a hacer mucha falta.

Se estrecharon la mano y Ernesto se quedó pensativo, mirando fijamente a la puerta después de que su amigo hubiera salido por ella. Sí, tal vez tuviera razón, pero era lo único que tenía.
- ¿Le sirvo otro vino? – le interrumpió el mozo viendo la copa vacía
- Dele. Total, yo no tengo quien me espere.

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