lunes, 30 de noviembre de 2009

Subversión

En la mañana del 16 de febrero de 1987, bajo la penumbra de su despacho (la luz estaba sin encender y el cielo nublado lo ensombrecía todo), el coronel Juan Martín D’Oyarbide, perteneciente a una notoria familia patricia de arraigada tradición militar, ponía fin a sus días con un certero disparo en la sien. Su cuerpo cayó inerte sobre el imponente escritorio de madera oscura, con la pistola reglamentaria en mano y un sangrado que amenazaba con emborronar la nota de despedida. Alarmada por el ruido, la guardia forzó la puerta y uno de los soldados vomitó de inmediato sobre la fina moqueta azul que cubría el suelo. “Sea un hombre, carajo” le recriminó el oficial al mando con su mejor cara de desprecio.
No hubo autopsia, contraviniendo la normativa al respecto y la versión oficial señaló un ataque al corazón como causa del óbito. De la nota nada se supo, ni siquiera la prensa, por lo que nadie sospechó que, aquellas últimas palabras garabateadas por quien fuera uno de los mayores represores de la reciente historia argentina, permanecieron todos estos años en poder del teniente que descubrió el cadáver.

- ¿Entonces, qué? ¿Le interesa o me voy con la música a otra parte? – inquirió agresivo el tipo quien mi amigo Silvio se había citado hace apenas unos días. Tenía el pelo corto y grasiento pegado al cráneo, como si creciera en horizontal y no para arriba, una nariz que parecía un tubérculo poroso y unas orejas coloradas como recién quemadas con una plancha. Por lo demás, poco que destacar, salvo el efluvio a sudor y colonia barata que lo acompañaba a modo de aura y que obligaba a respirar por la boca a cualquiera que se le acercara.
- ¿Por qué se llevó la nota? – quiso saber Silvio (para el que no lo sepa, es periodista y además de sus habituales artículos en la prensa nacional, publicó varios libros de investigación sobre las juntas militares que usurparon el poder entre 1976-1983)
- ¿Por qué? Qué por qué? ¡¡ ¿Me estás cargando o no entendés lo que pone? Leéla bien- gritó poniéndosela delante de los ojos – el tipo era puto, flaco, era puto¡ ¡Se mató por otro trolo y vos me venís ahora preguntando que porqué me la llevé – respondió indignado, reduciendo el volumen de voz para no llamar la atención y decantándose definitivamente por el tuteo.
Tras una breve pausa, agregó: Nunca entendí porqué carajo tuvo que escribir esa porquería pero, yo no iba a permitir que los zurdos hijos de puta echaran basura sobre el ejército argentino y ni tampoco sobre una buena familia, tradicional y católica, que tanto había hecho por la patria.
- Entiendo
- Qué vas a entender vos ¡ - exclamó indignado. El coronel era un héroe, uno de los abnegados patriotas que lucharon contra el comunismo, evitando que el país cayera en manos de subversivos, ateos y judíos. Lástima que no nos dejaran terminar el trabajo…..Y así le fue a la Argentina, porque ahora ya ves lo que tenemos: chorros por todos lados, más negros que donde los hacen, los coreanos en el Once y los moishes copando los altos cargos. La gente se pensó que la democracia la iba a salvar pero mirá…mucho derechos humanos pero todos los días asaltan casas o te roban el auto a punta de pistola…..Acá hace falta mano dura pero no te preocupés, que nosotros sabemos esperar y vas a ver como van a suplicar que volvamos los milicos…dejá que haya otro corralito y les toquen el bolsillo… vos dejá.
- Está bien, está bien, ¿cuánto querés? – preguntó con impaciencia mi amigo, ansioso por terminar el trato y poco dispuesto a soportar más cháchara fachista.
- Es que estoy pasando por una mala racha, viste? estos hijos de puta me obligaron a jubilarme antes de tiempo y la guita no me llega para nada, así que no me queda otra que zafar como puedo….- dijo bajando la vista y cambiando el tono

Tras ultimar el acuerdo y rehusar la mano que el milico le tendía, Silvio quiso saber una última cosa:

- Van a averiguar que fue usted, ¿no tiene miedo a represalias?
- Qué más da ¡ - contestó encogiéndose de hombros. Además, ahora no estaría bien visto que me hicieran nada. Vivimos en democracia, flaco ¿o todavía no te enteraste?- concluyó con una carcajada.