Era uno de esos días calurosos de febrero, en los que el sol pegaba como si le debieran dinero, la camisa se adhería a la espalda y los calzoncillos se arrugaban con terquedad en torno a la parte alta de los muslos. Por las calles apenas transitaban vehículos, el asfalto exhalaba un ligero humo con tufo de alquitrán, y el género humano se protegía tras las persianas de sus casas o al amparo del aire acondicionado de cualquier bar. Así pintaba la tarde cuando mi amigo Enrique Sabán abandonó su domicilio, indiferente a los inhóspitos rigores veraniegos, y con su típico andar de mano derecha en el bolsillo y sus pies marcando las dos menos diez.
Yo a esas horas estaba sentado en el Café Saigón, que a pesar del nombre pertenecía a un vasco, tomando cerveza, escribiendo cualquier cosa en una libreta y, sobre todo, mirando por la ventana. Cuando Enrique pasó por delante por el ventanal al que daba mi mesa, choqué mis nudillos contra el vidrio y le hice señas de que entrara. No es que fuéramos amigos del alma pero, nos conocíamos desde chicos. Vivíamos en el mismo barrio, fuimos compañeros en el colegio judío, aunque el iba un grado adelantado, y coincidíamos a menudo en la sinagoga con nuestras familias. Éramos un par de buenos muchachos de la Cole a los que la vida y la vida habían tocada de manera desigual. Enrique, no sólo había heredado la fábrica textil de sus padres sino que también ganó, seis años atrás, una importante suma en la lotería. Para compensar, como si alguien allá arriba o muy abajo se sintiera celoso, perdió a su mujer en un accidente automovilístico, con el agravante de que se encontraba embarazada de siete meses. Desde entonces, y ya iba para casi medio lustro, Enrique parecía regodearse en la autocompasión y en una resignada soledad no exenta de resentimiento, pero no hacia la gente, sino hacia D-os y la vida.
- ¿qué hacés con este calor en la calle? – le pregunté cuando lo tuve delante
- Nada, salí a pasear….- contestó desganado, levantando los hombros
- Andá, sentate y tomá algo
Obedeció y pidió lo mismo que yo, una cerveza
- Hace mucho que no te veía. Bueno, en realidad, hace mucho que no veo a nadie……..¿seguís escribiendo? – me preguntó
- Sí, qué remedio……estoy ultimando un artículo para el diario, dándole duro a mi próxima novela y colaborando con un guión de cine…..también me salió una cosita para televisión….
- Eepa, vas a morir de éxito, flaco
- De éxito no, de agotamiento
- ¿Y a vos? ¿cómo te va con la fábrica?
- Pse, los coreanos nos están jodiendo……a la gente sólo parece importarle el precio y no la calidad….todo lo que ellos fabrican es schmate pero les da lo mismo…..fijate cómo va la gente vestida y decime si no da pena….ahora hasta los que tienen plata van como crotos…..es un desastre
- Y, sí………- respondí por empatía y comprobando aliviado que, casualmente, ése día me había vestido con cierta elegancia
- De todas formas…..poco me importa…….
Siguió un silencio breve y difícil hasta que de repente me preguntó:
- ¿seguís con Sandra?…………se llamaba Sandra ¿no?
- Sí
- ¿Les va bien?
- Sí – respondí casi avergonzado
- No tienen hijos ¿no?
- Estamos esperando el primero
- Te felicito
- Gracias - le dije, sintiendo una punzada de culpa
Temí que me dijera algo del tipo: “el mío ahora tendría casi cinco”, así que decidí cambiar de tema, por temor a sus palabras o a la falta de ellas. Fue justo entonces que sonó su celular. Se levantó de la mesa y caminó hacia el fondo del local para hablar. Cuando regresó, apenas un minuto después, se despidió de mí con un enérgico apretón de manos.
- Me tengo que ir…….me alegro de haberte visto – me dijo
- Yo también
A través del cristal lo vi parar un taxi y saludarme con la mano y una sonrisa franca antes de montarse al vehículo. No sé quién le llamó ni hacia dónde se dirigía pero nunca llegó a destino; su taxi fue embestido lateralmente por un camión en un cruce a cuatro cuadras, y Enrique murió en el acto.
Cuando pienso en ese día, no puedo abstraerme de un halo místico presente en todos mis pensamientos, preguntándome cómo pude yo influir en la pauta seguida por los acontecimientos hasta el fatal desenlace, y el significado de habernos encontrado precisamente aquella tarde, tras años sin vernos. No tengo respuestas. Sólo preguntas, y la imagen de su sonrisa y su mano, despidiéndose de este mundo.
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