lunes, 12 de diciembre de 2011

Rumbo sur

En la mañana del 15 de junio de 1923, el médico Edward Murphy, hijo de Nevil Murphy, quien fuera miembro distinguido del Ejército Republicano Irlandés en la guerra anglo-irlandesa (1919-1921), y nieto por vía materna, del Dr. Liam Kilkenny, celebrado autor de “Principles of Anesthesia for Toraxic Surgery” llegaba a Buenos Aires a bordo del buque mercante “King George”, tras una travesía iniciada en Plymouth, y ralentizada por las inclemencias del tiempo, y el inesperado óbito del capitán de la nave. Los motivos de su arribo a orillas del Plata siempre quedaron empañados por la bruma y la especulación, barajándose hipótesis de lo más variado. De éstas, quizás la de mayor arraigo sea aquella que le atribuye un amor imposible con una prima hermana suya quien, según se cuenta, terminaría casándose con el hijo de un parlamentario británico y trasladándose a vivir a Londres.

Edward, como buen irlandés, era un tipo alto y cargado de hombros, tenía una cara chata salpicada de pecas en la que destacaba una nariz puntiaguda, y peinaba un rebelde cabello pelirrojo mate. Sin embargo, y por razones que originariamente se escapan, de aquí en los sucesivo sería coloquialmente conocido como “el polaco” aún cuando, a modo de mimetizarse con el nuevo paisaje, mutara su nombre por el de Evaristo Mondragón, y tiñera el pelo de negro. De poco le valió adornarse con un espeso y oscuro bigote, aunque esto lo hiciera siguiendo los criterios de la moda imperante, y no para aparentar lo que no era.

Se supone que “El polaco” debió de llegar de Irlanda con algún buen dinero porque, a las pocas semanas de su desembarco, compró una casa en el barrio de Balvanera en la que habilitaría un consultorio. La propiedad era relativamente grande, de estilo francés, y constaba de dos puertas de acceso: una primera que daba a la calle, y otra a la que se accedía a través de un zaguán. De este modo, uno podía ingresar en la casa sin pasar por la consulta, y viceversa.
La modesta barriada, a dos pasos de la calle Corrientes, estaba por aquel entonces conformada por gente sencilla, por inmigrantes de todas las procedencias, desde armenios hasta judíos, pasando por eslavos, alemanes, italianos o españoles, que continuaban llegando a la Argentina escapando de persecuciones o atraídos por las oníricas perspectivas de un rápido enriquecimiento. En semejante contexto, de vida dura y ganancias exiguas, costaba mucho progresar. Por eso, o tal vez por razones más oscuras y que tienen que ver con la compensación de sus sufrimientos pasados, el Polaco se comenzó a relacionar con gentes de pésima reputación; con polacos de veras, que se habían asociado en torno a una organización llamada Varsovia, y que más tarde sería conocida con el nombre de Zwi Migdal.

Si bien no queda del todo claro el papel del Dr. Mondragón en los inicios de su colaboración con esta banda de proxenetas, resulta aceptable razonar que debió ocuparse de la interrupción de embarazos no deseados y demás aspectos relacionados con la profilaxis sexual de las pupilas. De lo que caben pocas dudas, es de que debió ser muy eficiente en su tarea porque, ya a mediados de 1924, la policía maneja un importante dossier sobre el personaje, resaltando dos hechos singulares: que en tan breve espacio de tiempo se granjeara la estima del mismísimo Noé Trauman, con quien se le veía frecuentemente por los Cafés de Talcahuano, Junín y Libertad, y que, le llamaran el Polaco, cuando su documentación lo identificaba como Evaristo Mondragón, médico de profesión y nacido en Buenos Aires de padres vascos.

El Dr. Mondragón, o el Polaco si se prefiere, se enriqueció muy deprisa. En el transcurso de pocos años, adquirió varios inmuebles en la ciudad, una quinta a las afueras, y le gustaba pasearse a bordo de un Ford último modelo manejado por un chófer filipino (las malas lenguas les llegaron a vincular sentimentalmente). Se tiene también constancia de que realizó numerosos viajes al interior del país, a Rosario y otras localidades de la provincia de Santa Fé, donde el grupo regentaba una red de burdeles, e incluso hubo quiénes lo vieron asistiendo al “remate” de mujeres en algún hotel de mala muerte.

Así siguieron las cosas hasta que, en 1929, una prostituta, Ruchla Laja Liberman “la polaquita”, denunció a la Zwi Migdal ante la justicia. A pesar del enorme poder de la organización, y los pagos que realizaba desde mucho tiempo atrás a policía y miembros de la judicatura, el juez Manuel Rodríguez Ocampo investigó la denuncia ordenando el allanamiento de la sede de la banda, el 30 de mayo de 1930, y decretando el ingreso en prisión preventiva de numerosos miembros del clan mafioso. Para entonces, el Polaco llevaba varias semanas huido en Uruguay, de donde ya no regresaría, y donde su cadáver sería descubierto, cuatro meses más tarde, sobre la arena de la playa de Carrasco, cosido a puñaladas, y con documentos falsos a nombre de Norberto Varela, natural de la provincia argentina de Córdoba

Notificadas sin premura las autoridades argentinas, éstas identificaron al finado como el Dr. Evaristo Mondragón, dirigiendo las investigaciones hacia un seguro ajuste de cuentas a cargo de sus antiguos socios. De su parte, la policía uruguaya se decantó por la teoría de una acción de la mafia marsellesa, que veía como una amenaza el desembarco, en aquella orilla del Plata, de sus competidores porteños. Sea como sea, el crimen nunca fue esclarecido, y el cadáver fue enterrado en una fosa anónima, sin honores, flores ni asistentes, en un cementerio del que hoy ha nadie se acuerda.

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